domingo, 14 de marzo de 2010

"Carta de un león a otro"


http://www.youtube.com/watch?v=ZUbJ6QhsttE

Carta de un león a otro
(Chico Novarro)

Perdón hermano mío si te digo
que ganas de escribirte no he tenido,
no sé si es el encierro,
no sé si es la comida
o el tiempo que ya llevo en esta vida.

Lo cierto es que el zoológico deprime
y el mal no se redime sin cariño,
si no es por esos niños
que acercan su alegría
sería más amargo todavía.

A ti te irá mejor, espero,
viajando por el mundo entero,
aunque el domador, según me cuentas,
te obligue a trabajar más de la cuenta.

Tu tienes que entender, hermano,
que el alma tiene de villano,
al no poder matar a quien quisiera
descarga su poder sobre las fieras.

Muchos humanos son importantes,
silla mediante, látigo en mano.

Pero volviendo a mí, nada ha cambiado,
aquí, desde que fuimos separados,
hay algo, sin embargo,
que noto entre la gente,
parece que miraran diferente.

Sus ojos han perdido algún destello,
como si fueran ellos los cautivos,
yo sé lo que te digo,
apuesta lo que quieras
que afuera tienen miles de problemas.

Caímos en la selva, hermano,
y mira en qué piadosas manos,
su aire está viciado de humo y muerte
y quién anticipar puede su suerte

Volver a la naturaleza
sería su mayor riqueza,
allí podrán amarse libremente
y no hay ningún zoológico de gente.

Cuídate, hermano, yo no sé cuándo,
pero ese día viene llegando.

viernes, 12 de marzo de 2010

La inteligencia es el nuevo negro Londres abre la Escuela de la Vida y se afianza el placer de cultivar la mente

PATRICIA TUBELLA - Londres - 07/02/2010

Aprender, debatir ideas, reflexionar se afianzan como la nueva tendencia de moda entre las clases urbanitas de un Londres que ha vivido mejores tiempos económicos. Aunque la curiosidad intelectual no sea afortunadamente patrimonio de épocas, sí se presenta en pleno clima de recesión como el mejor antídoto frente al frenesí consumista que tuvo su pico en los noventa.

Aprender, debatir ideas, reflexionar -en suma, cultivar la mente- se afianzan como la nueva tendencia de moda entre las clases urbanitas de un Londres que ha vivido mejores tiempos económicos. Aunque la curiosidad intelectual no sea afortunadamente patrimonio de épocas, sí se presenta en pleno clima de recesión como el mejor antídoto frente al frenesí consumista que tuvo su pico en los noventa para acabar estrellándose contra las incertidumbres del nuevo siglo. "Antes trabajaba y socializaba, pero no me paraba a pensar. Cuando me cansé de consumir productos y servicios, empecé a consumir experiencias", explica Michelle, una asesora financiera de 32 años, sobre su decisión de apuntarse a la Escuela de la Vida (The School of Life) con el objetivo de expandir sus horizontes sin que el talonario fuera el requisito indispensable.

Ubicado en el barrio literario de Bloomsbury, el centro está orientado a mejorar la calidad de vida de sus alumnos, la mayoría profesionales urbanos entre los 20 y los 40 años, a ayudarles a buscar un enfoque más constructivo de su existencia y a afrontar cuestiones tanto tiempo aparcadas, como la insatisfacción laboral o los retos que entrañan las relaciones personales o la vida familiar. Y, sobre todo, a poner a trabajar el intelecto con vistas a la propia recreación.

Lecciones y conferencias sobre literatura, arte o filosofía, a cargo de figuras destacadas en esos campos, sazonan el menú que oferta esta suerte de escuela-librería: cursos de seis semanas sobre materias diversas, sesiones dominicales en las que se charla sobre la humildad, la envidia, el riesgo o el adulterio y salidas en grupo a restaurantes para perfilar el arte de la conversación inteligente.

Quienes han bautizado la iniciativa con la expresión anglosajona the new black, algo así como el nuevo chic, se refieren al éxito de convocatoria desde que la Escuela de la Vida se estrenara dos años atrás. De hecho, abría sus puertas el mismo día en que se confirmaba el colapso financiero del banco inversor Lehman Brothers al otro lado del Atlántico, un augurio de la negra etapa financiera que estaba por venir y de su profundo impacto social.

Los estudios psicológicos insisten ahora más que nunca en que dedicar parte de nuestro tiempo al mero placer de pensar en ideas o propósitos es esencial para llevar una vida feliz. Algunos detectan un cierto hartazgo en el afán compulsivo de comprar, aunque, para el grueso de los mortales, simplemente éste ya no está al alcance del bolsillo.

La atípica escuela londinense propone encarar nuestra vida de una forma diferente y a buscar la verdadera sustancia, en una sociedad obsesionada con la cultura del famoseo y con el placer efímero de, por ejemplo, adquirir el último bolso de moda que cotiza a precios astronómicos.

Previo desembolso de una media de 195 libras (es decir, unos 223 euros por un curso de mes y medio de duración), los estudiantes se emplean a fondo en el debate sobre las ansiedades que provoca la vida moderna -el trabajo y el amor son los temas más recurrentes- o se dejan asesorar sobre las mejores lecturas y exposiciones de la actual oferta cultural. "La Escuela de la Vida está abierta a todos aquellos que buscan la aventura intelectual y personal", reza uno de los lemas de este centro fraguado por Sophie Howard, antigua responsable de exposiciones en la Tate Modern que ha contado con el apoyo de nombres de las letras, de las artes visuales, de polemistas y firmas del periodismo.

Que millones de personas sigan online los debates sobre el mundo de hoy que proponen grupos como el estadounidense TED, en un arco más modesto, o el británico Intelligence2, vienen a confirmar esa tendencia en boga. "¿Necesitas engrasar tu faceta intelectual? Apúntate al Book Slam", reza también la promoción de uno de los clubes más solicitados de la noche londinense. En este local las actuaciones musicales se simultanean sobre el escenario con la participación de novelistas tan populares como Nick Hornby, Monica Ali o Irving Welsh. El conocimiento, en definitiva, es ahora el poder.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Emilio Lledó "Entender da mucha marcha"

ENTREVISTA
JUAN CRUZ 11/11/2007

Emilio Lledó está alarmado.

Alarmado por este país,por el mundo. Acaba de cumplir 80 años, el pasado 5 de noviembre; ha pasado por una gripe atroz. Ahora está bien, pero alarmado. Y con esperanza.

Hablamos en su casa, una envidiable casa con libros. "Podría hacer mi autobiografía con libros". Y los señala. Catedrático, académico, filósofo. Le han llamado "el flautista de Hamelín", porque detrás suyo fueron estudiantes de Valladolid, de La Laguna, de Barcelona allí donde estuviera.

Se entusiasma tanto que parece que aún está en el estrado, arengando para que los chicos crean que "entender da mucha marcha".

Pregunta. Alarmado, pero con esperanza, dice. ¿Esperar qué?

Respuesta. Esperar, vivir. Hace unos días vi en EL PAÍS una noticia que decía que la esperanza de vida para los españoles era de 80 años. Que los 80 años es como un límite maravilloso, que se sobrepasa a veces, de la esperanza de vida. Lo cual quiere decir que uno está ya, para los que acabamos de cumplirlos, en la desesperanza de vida.

P. Terrible, ¿no?

R. Terrible. Desesperar de vida. Sin embargo, creo que la desesperanza de vida llega mucho antes. Hay gente que está desesperanzada de la vida con 20, 30 o 50 años.

P. Y usted, ¿cómo está?

R. Estoy totalmente esperanzado con la vida. No desesperanzado. Es verdad que si miro alrededor y veo lo que pasa en la calle, y leo los periódicos, y escucho la radio, a veces cuesta trabajo tener esperanza. Esperanza ¿de qué? Esperar ¿qué?, ¿para qué? Pero mientras hay vida, dice el viejo refrán, hay esperanza, y yo creo que es al revés. Mientras haya esperanza hay vida.

P. ¿Cuál es su esperanza?

R. Que la neurona fluya, que no se reseque, que no se fanatice. La esperanza es que algo de lo que yo sueñe se cumpla. Y lo que sueño es una idea de la dignidad, de la decencia, cumplir unos ciertos ideales. Que la política no se dedique a privatizarlo todo. Declarar patrimonio de la humanidad la asesinada costa española, que fue hermosísima. Eso tiene que ver con la esperanza y el futuro. Yo no me imagino una esperanza acementada.

P. Usted denuncia. ¿Y sirve para algo denunciar?

R. Me temo que no. Pero no hay que perder la esperanza. Porque si ya ni siquiera denunciamos, se nos acaba el derecho al pataleo. Hay que protestar. Y creo que hay cosas que calan a la larga en la vida de los seres humanos.

P. Otra esperanza suya es seguir sabiendo. ¿Para qué?

R. Para entender. Idea significaba "lo que se ve con los ojos". Las ideas no eran unas cosas flotantes que se habían inventado unos seres extraños que se llaman filósofos. Idea es lo que se ve. Ver con los ojos, pero con los ojos del cuerpo. Entonces, entender, aprender, es una forma de mirar, y eso es la esencia de la vida. En el momento en que no sepamos mirar, aprender, que no tengamos el alma navegable, como decía el poeta, para que nos circule esa experiencia del mundo, no tiene sentido la vida humana.

P. Entender, menuda tarea.

R. Todos los seres humanos tendrían que entender; nos eleva sobre la miseria moral. Ése es uno de los retos de la humanidad, acabar con la miseria. ¿Cómo tener esperanza en este mundo desesperanzante? Con la libertad. Pero la libertad hay que entenderla muy bien. La libertad es la posibilidad, una puerta, un horizonte, un paisaje. Entender, entender todo esto, da mucha marcha. No sé si soy optimista, pero desde luego no soy pesimista. Creo que la característica del fascista es el pesimismo. El desprecio al otro, la ignorancia del otro.

P. ¿El fascista es pesimista?

R. No necesariamente, pero falsifica para justificarse. Esa gente que crea maldad, crueldad, tortura..., ellos mismos son su propia tortura. La maldad empieza y acaba en ti mismo. La agresividad y la violencia son espitas, uno suelta la maldad que tú tienes ahí, pero esa maldad te está matando también a ti.

P. Cuando usted dice esas cosas, ¿tiene un nombre propio en su mente?

R. Pues no. No. Algunas tipologías.

P. ¿Dónde están esas tipologías?

R. En ciertas zonas de poder, de poder mediático. Iba yo en el taxi, y qué cosas escuché. ¿Cómo se ha hecho esa mente? Para decir esas monstruosidades una tras otra, ¿qué puede haber en esa mente?

P. Respóndalo usted.

R. Hay ignorancia, discursos inasimilados. Falsos discursos. Incapacidad para interpretar, para entender. No querer interpretar, no saber leer. La mente se convierte en una cápsula de la nada.

P. ¿Y qué pasa para que esas mentes se dejen agredir?

R. Puede haber un entrenamiento de la maldad, desde la escuela. Por eso es tan importante la educación en la libertad, en la posibilidad. Me sorprende el escándalo que provoca Eduación para la Ciudadanía. Pero, ¿por qué escandalizarse?

P. ¿Vivimos, pues, un momento alarmante en la sociedad española?

R. Sí. Hay cosas que realmente me escandalizan mucho. Una es el no cultivo de la sensibilidad de los jóvenes. El abuso de la tecnología. El otro día venía en tren y había tres o cuatro niños con sus maquinitas. ¡Ninguno miró el paisaje, que era maravilloso! Eso es patología pedagógica total. Naturalmente, cuando yo era niño, niño de la guerra, me pintaba mis propios tebeos. Eran tebeos bélicos, estábamos en guerra; pero no tenían nada que ver con el chorreo de bestialidad al que están sometidos los jóvenes, los niños, ahora.

P. ¿Qué hacer?

R. La revolución de la lectura. Es verdad que hay intereses poderosísimos para que ese mundo tecnológico impere. El mundo tecnológico es importante, pero hay que atemperarlo.

P. ¿Cuándo se le empezaron a encender las alarmas?

R. Desde que mi maestro me enseñó a leer el Quijote. Leíamos ¡y luego teníamos que hacer sugerencias de la lectura! En la universidad nunca nos pidieron eso. ¡Y me fui a Alemania, con mi maletita, y sin entender ni palabra de alemán! España no era en ese momento mi país, un país lleno de banderas, y debajo de las banderas mucha podredumbre. En Heidelberg encontré una universidad viva; cada semestre se hablaba de asuntos interesantes, y se encendían las alarmas: ¿qué estamos haciendo con la educación en España? En Alemania vi llegar a los obreros españoles. Con sed de saber; habían salido del país del NO, un NO metido en el corazón, NO a la cultura, NO al pan..., y allí empezaban a querer saber. Para entonces, ya mis alarmas estaban disparadas.

P. ¿Y cuáles son las alarmas que ahora se le encienden cada día?

R. Las alarmas derivadas de los problemas de la educación, de la cultura, de la lectura, de la creación de ideas, de los valores. Hay que inventar una nueva forma de humanismo para que los seres humanos tengamos esperanza. Para seguir pensando.

P. Usted vivió la mayor parte de su vida bajo un Estado fascista. ¿Se ha desmontado la mentalidad que lo sustentó?

R. Espero que sea poco lo que quede por desmontar. Hay todavía restos grandes, pero arqueológicos, endurecidos, de ese país del que me escapé. Fui un inmigrante, pero tenía una carrera. Me escapé porque no podía vivir aquí. Yo he pasado cosas que la gente joven no conoce ya. He pasado hambre. Tengo una foto, cuando estaba en el campamento de La Granja, en las milicias, en la que parezco el espíritu de la golosina. Había pasado hambre. No es metáfora. La posguerra de Madrid fue feroz. Somos todavía víctimas de esa dictadura, aunque hayamos sobrevivido a ella.

P. Aquí tiene usted unos apuntes, en los que dibuja al fascista: intolerancia, irracionalidad, desprecio al otro...

R. Son factores... Ante lo que sucede, entender es fundamental. Pero para entender hay que ser libre. Hay que no tener prejuicios. Ésta es una palabra muy utilizada, pero maravillosa: pre-juicios. Pienso en estos neoliberales de ahora, en estos que piensan en la libre empresa, el libre comercio... En esos conceptos no hay libertad. Están en los pedestales del poder.

P. Está alarmado. ¿E irritado?

R. Me irrita darle vueltas a lo mismo, siempre. Por ejemplo, se sigue dando vueltas al juicio del 11-M, como si los juicios no acabaran nunca. Entonces, ¿son revisables o paralelizables todos los juicios que ha habido en el mundo? Si te soy sincero, seguir dándole vueltas a esto me repele.

P. Y le enferma.

R. Y me enferma. Casi físicamente. Como las grandes urbanizaciones y como los incendios. Si quiero perder la alegría no tengo más que recorrer la costa española. Entonces pienso: ¿estos señores creerán en la bandera?, ¿en la bandera del patriotismo? ¿Exhiben la bandera y están matando el espacio común de una de las costas más bellas de Europa? La están asesinando. ¿Cómo es posible?

P. La política tendrá algo que hacer.

R. Y esto es lo que me encocora. La política tendría que servir para que eso sea absolutamente imposible. Para impedir que lo público se convirtiera en privadio. Toda política que sea incapaz de entender eso es una política falsa, falsificada y terrible. Porque la política es la organización de la vida en común, en el territorio común. Ése es el verdadero patriotismo. Yo abomino de las banderas que se levantan al tiempo que se hacen esas monstruosidades. Las banderas son un símbolo respetable, qué duda cabe. Pero debajo de las banderas se ocultan muchas maldades, muchas estupideces y egoísmo.

P. Don Emilio, ¿qué le parece a usted esa larga relación de la Iglesia con el Estado, en la que la Iglesia tiene también que ver con las cosas civiles?

R. Para mí, la Iglesia no tiene que ver nada con las cosas civiles. Pero es obvio que se siente con derecho a incidir en ellas. Me lo preguntas en un mal momento. Mira lo que está pasando con la memoria histórica. Por favor. Pero claro que tiene que haber memoria histórica. Un país que no tenga memoria, ¿qué es un país que no tenga memoria? ¿No decimos que el alzheimer es una mala enfermedad individual? ¡Pues el alzheimer colectivo es mortal! ¡Dicen que la memoria histórica abre heridas! No se abren heridas.

P. Irritado está, don Emilio.

R. La irritación es importante. Si estás apaciguado vas mal; un poquito de guerra dentro de ti mismo es saludable. A unos les hace libres, a otros les hace esclavos.

P. Me dijo al llegar aquí que usted podría escribir sus memorias a través de sus libros. Imagínese el libro por el que empezaría.

R. A lo mejor empezaba por las novelas de Salgari que leía de adolescente. Me fui a Alemania, entre otras cosas, por las novelas de Salgari.

P. ¿Y después?

R. Fíjate, antes leía los libros y ahora me leen ellos a mí. Antes yo tenía una furia con ellos: los cogía, los subrayaba. Ahí está Kant, machacado; Platón, Aristóteles, Descartes. Libros destrozados de tanto anotarlos. Ahora me veo como una parte de un mausoleo, como una pequeña estatua que fluye por ahí, y ellos empiezan a leerme a mí. Pero es una complicidad muy saludable, porque cuando descubro que alguno me está leyendo, lo agarro y nos entendemos maravillosamente bien.

P. Usted acaba de cumplir 80.

R. ¡No me lo recuerdes!

P. Y veo que tiene el reloj veinte minutos atrasado.

R. ¿Sí? ¿Estás seguro? Ah, la pobre pila... Yo procuro ponerme las pilas, pero a veces se me olvida ponérselas al reloj. -


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