martes, 30 de junio de 2009

HIPO HIPANDO
A MI NOVIA
SE LO MANDO.

Y SI NO ESTÁ ALLÍ
QUE VUELVA A MÍ.

Francis Heredia

domingo, 28 de junio de 2009

El encuentro mágico: la lectura entre padres e hijos



por Carola Sabogal

La lectura es un placer sin igual para el alma y el pensamiento, y sus virtudes se realzan cuando padres e hijos la llevamos a cabo conjuntamente. No sólo les abrimos a los niños el camino a la imaginación, sino que también estrechamos los lazos que nos unen, estableciendo una relación especial y mágica con ellos. La lectura se convierte por lo tanto en el momento esperado y único que crea un mundo personal y exclusivo entre ambos.

Desde mi experiencia como madre de cuatro hijos, con la diversidad de sus personalidades y gustos, siempre la lectura ha sido una oportunidad de encuentro y de profundización en la relación con cada uno de ellos. Desde muy chiquitos los libros estuvieron siempre al alcance de sus manos, en formas y colores, en la tierna infancia y sobre todo en las lecturas nocturnas –muchas veces dramatizadas- que disfrutábamos en la habitación. Poco a poco cuando ya empezaban sus primeras letras, se fueron complicando las tramas, y leíamos de a dos, para estimular el aprendizaje, pero por sobre todo para nutrir la imaginación.

La lectura se volvía secreto cuando con un guiño decíamos “zápate” y la risa envolvía la casa o cuando hacíamos alguna reverencia “quijotesca” ante algún molino de viento que nos azotaba.

Conforme crecían, iban afirmando sus gustos: a este la aventura, a la otra lo romántico, a aquella lo reflexivo, pero de hecho cada uno sabía que podía encontrar una palabra de aliento en las historias que navegaban.

Los clásicos abundaron en la niñez y adolescencia de mis hijos, se los llevaba de a puntillas y los leíamos con avidez y respeto. Hubo que elegir con cuidado las ediciones ya que no todo lo que reluce es oro, y la síntesis de las obras no siempre resultan efectivas, por eso animo a los padres a ser selectivos en esto.

Hay épocas de desierto literario, en las cuales chicos y jóvenes se apartan de la lectura y enfocan sus intereses en otros ámbitos, pero no hay que alarmarse por esto, ya que si hemos sembrado con ellos desde pequeños el atractivo por leer, este surgirá nuevamente con fuerza cuando sean mayores.

Otra de las formas de adentrarse con los niños en la lectura es tomar como recorrido habitual una librería o una biblioteca – y hacerse socio- y recorrer los estantes con ellos, divertirse mirando las tapas y las imágenes. Es una suerte de ritual que luego ellos mismos terminarán haciendo con sus propios hijos. Y no les quepa duda que el aroma que se desprende de las páginas de un libro, será una de las sensaciones más hermosas que sabrán disfrutar.

Hoy en día el acoso casi extorsivo que hacen los medios de comunicación, y el uso constante de la informática hacen que niños y jóvenes se alejen del contacto con el libro, sin embargo, no pensemos que quedamos “mal” regalándoles un buena obra literaria, por el contrario, en las noches resurgirá esa magia que fue dada en la infancia y ellos mismos sabrán recobrarla.

Y hoy en día, mis hijos y yo mantenemos vivo este vínculo mágico de leer. Muchas veces son ellos los que me recomiendan algún libro y entonces siento que vuelven esas noches que abrigados bajo las sábanas éramos cómplices de un secreto único y fabuloso: el tesoro de la lectura.

DE LEERXLEER

viernes, 26 de junio de 2009

El Zorro inválido

Una vez un hombre vio a un zorro inválido y se preguntó cómo haría para estar tan bien alimentado. Decidió pues, seguirlo y descubrió que se había instalado en un lugar donde solía ir un gran león a devorar a sus presas. Cuando el león terminaba de comer, se alejaba y entonces el zorro iba y se alimentaba a placer.

El hombre se dijo:

-Yo también quiero que el destino me ofrezca de igual manera.

Y se marchó a un pueblo y se sentó en una calle cualquiera a esperar. Pasó el tiempo y no sucedió nada, excepto que cada vez estaba más hambriento y débil. Entonces, en su debido momento, escuchó una voz interior que le dijo:

-¿Porqué quieres ser como un zorro que busca la manera de beneficiarse de otros?, ¿por qué no ser como un león para que otros se beneficien de ti?

http://www.islamyal-andalus.org/publicaciones/cuentos_sufies/cuento2.htm

jueves, 25 de junio de 2009


Treinta radios se unen en el centro;
Gracias al agujero podemos usar la rueda.

TIEMPO DE LEER

http://www.youtube.com/watch?v=kOXA2WYrNXc&feature=related

domingo, 21 de junio de 2009

Oda a mi generación (Silvio Rodríguez)

A los veintisiete días de mayo del año setenta
un hombre se sube sobre sus derrotas,
pide la palabra
momentos antes de volverse loco.
No es un hombre,
es un malabarista de una generación. (1)
No es un hombre,
es quizás un objeto de la diversión,
un juguete común de la historia
con un monograma que dice “bufón”.
Ese hombre soy yo.

Pero debo decir que me tocó nacer
en el pasado y que no volveré.
Es por eso que un día me vi en le presente,
con un pie allá donde vive la muerte,
y otro pie suspendido en el aire,
buscando lugar, (2)
reclamando tierra de futuro para descansar.
Así estamos yo y mis hermanos,
con un precipicio en el equilibrio
y con ojos de vidrio.

Ahora quiero hablar de poetas,
de poetas muertos y poetas vivos,
de tantos muchachos, hijos de esta fiesta
y de la tortura de ser ellos mismos.
Porque hay que decir que hay quien muere
sobre su papel,
que vivirle a la vida su talla tiene que doler.
Nuestra vida es tan alta —tan alta— (3)
que para tocarla casi hay que morir,
para luego vivir.

Yo no reniego de lo que me toca,
yo no me arrepiento pues no tengo culpa,
pero hubiera querido poderme jugar
toda la muerte allá, en el pasado,
o toda la vida en el porvenir que no puedo alcanzar.
Y con esto no quiero decir que me pongo a llorar.
Sé que hay que seguir navegando.
Sigan exigiéndome cada vez más
hasta poder seguir
o reventar.


La versión citada es la de Silvio, editada en Érase que se era. Roy Brown canta:

(1) es el malabarista de una generación.
(2) buscando un lugar
(3) Nuestra vida es tan alta —ay, tan alta—

(1970)

¿Todo está en los libros?



GUSTAVO MARTÍN GARZO 07/06/2009

Leo con el apetito de una muchacha que piensa que va a encontrar al Príncipe Encantador en los libros", escribió Isak Dinesen. La literatura nos permite vivir con más intensidad nuestra propia vida y tener aventuras que estén a la altura de nuestros anhelos y sueños. El lenguaje poético, según la gran escritora danesa, debe responder al sentimiento del placer pero también del deber. Amar algo es apropiarse de su vitalidad, como hace el cazador con las piezas que cobra, pero también hacerse responsable de ello. Algo, en suma, muy cercano a la experiencia amorosa.

"Una entrega encantada", así definió Ortega el amor. Es lo que nos pasa cuando leemos un libro que nos gusta. Accedemos gracias a él a un lugar nuevo, un lugar de hechizo que tal vez no podamos abandonar. Buscamos como los vampiros nutrirnos de una sangre que no nos pertenece para fortalecer con ella nuestra propia vida.

Que los libros tienen el poder de cambiarnos, es algo que me parece fuera de toda discusión. No son obviamente todos, pero hay algunos que tienen sin duda ese incomparable poder. ¿Todo está en los libros? De alguna forma sí, porque los libros proceden de la vida. Edith Wharton, en su prólogo a Historias de fantasmas, se permite dar un consejo a los jóvenes aprendices de escritores: "Si quieres escribir una historia de fantasmas debes sentir miedo al hacerlo". Es lógico que les diga esto, pues si no conocieran el miedo ¿cómo podrían transmitírselo al lector? El escritor necesita haber vivido para lograr que su experiencia pase a sus lectores a través de la escritura, pero esto no quiere decir que leer sea lo mismo que vivir. Los libros nos ofrecen imágenes y palabras que tal vez ayudaron a vivir a otros hombres, y que pueden ayudarnos a nosotros, pero no se confunden con la vida ni pueden sustituirla.

La literatura es como un gran almacén. Se guardan en él todas las emociones humanas, nuestros sueños y nuestras preguntas, y leer es entrar en ese almacén y tomar lo que necesitamos. El lector devuelve a la vida, a través de lectura, lo que el escritor tomó de ella para escribir sus libros, con lo que el círculo se cierra. Bernhard Schlink ha escrito una novela, sobre la que acaba de hacerse una película, que es una delicada metáfora de todo esto. Se titula El lector y en ella un adolescente conoce a una mujer que le dobla la edad y con la que inicia una apasionada relación. En las pausas de sus encuentros sexuales, ella le pide que le lea los libros que estudia en la escuela. El muchacho lo hace, y las palabras de esos libros regresan a la vida en forma de caricias y encendidos besos. Y el muchacho quedará marcado para siempre por esa turbadora mezcla.

Las bibliotecas son como la cueva de Alí Babá, y la historia de la literatura es la historia de cómo se ha ido formando ese botín inagotable y secreto. Leer es aprender a pronunciar las palabras que abren las piedras y rescatar ese botín del olvido. Las palabras de la poesía tienen esa maravillosa cualidad y participan a la vez del mundo real y el de los sueños. La poesía nos lleva a los lugares soñados donde yacen los tesoros, pero a la vez nos permite regresar de ellos con las bolsas repletas. ¿Paraqué serviría un tesoro si no se pudiera robar? Un tesoro no es nada sin un lugar real donde ser ofrecido o repartido. Y ese lugar real es la vida de todos los lectores del mundo.

Jorge Luis Borges agradece en El poema de los dones la diversidad de las criaturas que forman este singular universo. Da gracias por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises; por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad; por las místicas monedas de Ángel Silesio; por el último día de Sócrates; por aquel sueño del Islam que abarcó mil y una noches; por Swedenborg, que conversaba con los ángeles en las calles de Londres; por las rayas del tigre; por el lenguaje que puede simular la sabiduría; por el sueño y la muerte... Todos esos dones componen un único libro, un libro inagotable, en que vida y lenguaje se confunden.

Los libros están hechos de palabras, pero nuestra vida también. Ser hombre es vivir en el lenguaje, recibir esos dones que, en gran parte, se confunden con las palabras. Stéphane Mallarmé dijo que el mundo se creó para culminar en un hermoso libro, y vivimos tratando que nuestra vida se transforme en una historia que merezca la pena escuchar.

Cuando voy a dar charlas a los institutos de enseñanza media siempre digo a chicos y chicas que por mucho que se empeñen no pueden escapar a la literatura. No importa que no lean, que no abran un libro jamás, pues la literatura, la poesía, forma parte de ellos. Es más, tiene que ver con las experiencias más decisivas de sus propias vidas, con esos momentos de epifanía y gozo que todos anhelan tener.

Por ejemplo, el amor es una experiencia así. Transcurre en el mundo, es una experiencia que pertenece al campo de lo real, pero a la vez es una experiencia poética. Los momentos más intensos de nuestra vida tienen una naturaleza doble: suceden a la vez en el mundo real y en el de los sueños. La única manera de escapar a la literatura, sigo diciéndoles a mis jóvenes interlocutores, es dejar de vivir o tener una vida vulgar, cosa que ninguno de ellos obviamente desea.

Por eso les animo a leer, porque la vida sólo merece la pena cuando está hecha de la misma materia con que se hacen los buenos libros.

¿Y qué nos dicen esos libros? Algo muy simple: que podemos traernos cosas de los sueños. Coleridge tiene un poema en que un poeta sueña con un jardín fabuloso donde todo es perfecto. Paseando por sus senderos, ve un hermoso rosal y toma distraído una de sus rosas. Pero algo pasa y se descubre, de golpe, acostado en el cuarto inmundo de una pensión. Comprende decepcionado que ese jardín sólo ha existido en su fantasía y, cuando trata de volver a dormirse, ve sobre la mesilla la rosa que acaba de cortar. Puede que el jardín fuera un sueño, pero se ha traído de él una flor. ¿Es posible esto? La literatura nos dice que sí. El poema es la prueba. Coleridge no se limita a soñar con un lugar maravilloso, sino que escribe un poema que podemos leer. Ese poema es la rosa, una rosa de palabras. Leerlo es pasear por el jardín encantado, aspirar sus aromas desconocidos, llevar en las manos la rosa soñada.

No leemos porque queramos escapar del mundo, ni para sustituirle por otro hecho a la medida de nuestros deseos, sino para ser reales. Tal es la razón última de todos los libros que existen. "¡Quiero ser real!", es lo que exclaman todos los lectores del mundo cuando abren un nuevo libro. Y, paradójicamente, ese deseo es su sueño más desatinado y hermoso.

© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España

Un grano de trigo

ALMUDENA GRANDES ESCALERA INTERIOR


ALMUDENA GRANDES 07/06/2009

los libros recién hechos huelen bien, a primavera. La primavera huele a libros nuevos, esa fragancia inefable para la que no existen adjetivos ni sinónimos posibles, el olor que desprenden las flamantes cubiertas plastificadas, la intacta tirantez de los lomos adolescentes, tersos aún, sin una arruga. Los libros viejos, esos que posan sobre la piel una pátina tenaz, amarillenta, huelen igual de bien, pero su aroma es diferente. Los libros leídos huelen a vidas ajenas, misteriosas vidas de desconocidos, hombres de piel áspera, mujeres de uñas pintadas que los sostuvieron entre las manos cuando eran nuevos y olían a primavera, mientras aún desprendían el perfume de los libros recién hechos, papel, tinta y amor. Sobre todo amor.

El amor que inspiran los libros es una pasión compleja, tan difícil de explicar como la vida, a la que nutren y de la que se alimentan. El amor que reúne a un autor y a un lector alrededor de un diseño inmejorable, ese objeto tan simple y tan perfecto, tan barato, tan versátil, tan fácil de utilizar y reutilizar tantas veces, ligero, pequeño, fácil de transportar y rigurosamente dócil a la voluntad de su dueño, porque no necesita pilas, ni enchufes, porque nunca se cuelga, ni necesita actualizaciones, porque, más allá de la educación primaria, no requiere preparación alguna, y puede usarse igual debajo de la tierra y a nueve mil pies de altura –¿cómo pueden soportar los vuelos transoceánicos las personas que no leen?–, es de esos amores que le cambian la vida a cualquiera. Por eso es justo que la primavera ame los libros, que los libros se enamoren de la primavera.

Escribir un libro es inventar una isla desierta y desear apasionadamente un naufragio. Cada libro que se publica es un punto nuevo, una mota negra, redonda y diminuta, en el inabarcable azul del conocimiento, del pensamiento humano. Cada autor lo ha creado con sus playas y sus volcanes, sus ensenadas y sus peligros, sus selvas, sus desiertos. Y ha previsto que sea habitable, ha llenado sus mares de pesca y sus bosques de caza, ha escondido entre sus rocas estratégicos manantiales de agua potable, ha fecundado a conciencia sus llanuras para sembrar frutales y cocoteros, y se ha elevado a la altura de Dios, aunque haya tardado mucho más de seis días en crear todo esto y comprobar que es bueno. Después, irremediablemente humano otra vez, se ha limitado a cruzar los dedos para desear con todas sus fuerzas que un barco se hunda cerca de sus orillas, que al menos un hombre, una mujer superviviente, se deje salvar por las olas para recobrar la consciencia tumbado en la arena. A partir de ahí, todo el poder es del náufrago. De su voluntad depende que esa isla deje de estar desierta, que crezca, que se expanda, que se consolide como un continente fecundo y poderoso, o que esa mota negra, abandonada al azar de los mapas, pierda su forma, destiña su color, encoja de tamaño hasta convertirse en una sombra parda, después gris, un recuerdo borroso, frágil, polvoriento, por fin nada.

Claro que Robinson Crusoe me cambió la vida. ¿A usted no? No sabe la envidia que me da, porque eso significa que todavía podrá leerlo por primera vez. Que todavía podrá experimentar la emoción suprema de ese instante en el que Robinson sale de su cabaña, mira al suelo como todos los días, y ve en él una plantita verde, tierna, que le resulta conocida, porque es trigo, un grano de trigo que ha llegado hasta allí no se sabe bien cómo, porque él buscó afanosamente el grano que transportaba su barco sin encontrarlo jamás, y sin embargo, una sola semilla debió quedarse pegada en una tabla, en una caja, en el fondo de un saco, para desprenderse a tiempo, para caer en la tierra y recibir el agua de la lluvia, el calor del sol, hasta germinar a escondidas. ¡Oh, qué trampa sublime, oh, qué majestuoso artificio, oh, qué gloriosa osadía, oh, qué maravillosa rueda de molino, de esas que, al tragarlas, alimentan más que el pan! ¡Cuántos granos de trigo nos están esperando en todos esos libros que nos quedan por leer!

Si sale a la calle, si se deja guiar por la voluntad del sol en las mañanas lentas, perezosas, de esta primavera con prisas de verano, encontrará más de los que sea capaz de llevarse a casa en media docena de bolsas de plástico. Es posible que ahora mismo le estén llamando, que estén gritando su nombre, hasta sus apellidos, porque aunque usted no se lo crea, ya le conocen. Vaya a su encuentro, no lo dude. Mírelos, tóquelos, respírelos, sucumba a la borrachera de tinta que se desparrama desde el borde de todas las casetas de todas las ferias abiertas en casi todas las ciudades de España, y aspire su perfume. Porque los libros recién hechos huelen bien todo el año, pero cuando su olor se mezcla con el de la primavera, fabrican un aroma muy parecido al perfume de la felicidad.

© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200

miércoles, 10 de junio de 2009

11. La Riqueza y lo Valioso


Treinta radios se unen en el centro;
Gracias al agujero podemos usar la rueda.
El barro se modela en forma de vasija;
Gracias al hueco puede usarse la copa.
Se levantan muros en toda la tierra;
Gracias a la puertas se puede usar la casa.
Así pues, la riqueza proviene de lo que existe,
Pero lo valioso proviene de lo que no existe.

Tao te Ching
Traducción al Español realizada por Antonio Rivas

jueves, 4 de junio de 2009

LEER

Leer es una sensación única, individual, lúdica. Yo no me privaría de ella.

Además he descubierto que hay libros a la medida, para todos los gustos. Algunos nos muestran el sabor agridulce de un desengaño, otros por el contrario nos aportan energía vital sin límites, los más osados nos enseñan a pensar, los más traviesos nos hacen reír y los más comunicativos nos instan a que corramos la voz: ¡oye!, ¿sabes que esto de leer es un disfrute?

La clave de todo está en la mente. Una vez que se ha cruzado el umbral del reino de las palabras, hay que dejarse llevar por ellas. Unas veces nos harán volar sobre la lluvia y otras nos harán hablar con relojes que nunca dan la hora porque por ellos nunca pasa el tiempo.

¿Y tú qué lees?

http://www.carmenramos.es/palabras.html


Día del Libro

martes, 2 de junio de 2009

HAYKUS

Tarde invernal.
El campo no es tan grande
para el viento.


Puestos en fila,
los árboles parecen
bajar la sierra.


¡Festín sorpresa!
Dos pájaros revisan
pasto cortado.


Tres mariposas
volando entre las ramas.
Una se aleja.


¡Cúantos pájaros
habitando el árbol!
Hubo un ruido.


Día de lluvia.
El verde del árbol
no es el mismo.


Paró la lluvia;
el sendero empapado
hasta la casa.


Llamas de velas:
del viento de afuera
¡qué poco saben!


Noche de frío;
el agua en el fuego
aún no hierve.


¡Qué satisfacción!
Un leño de los grandes
empieza a arder.


Noche de julio.
El molino se queja
del viento frío.


http://haiku.bitacoras.com/categorias/selecciones-de-haiku


TIEMPO DE NIEVE



La nieve está en mi corazón como el silencio en las habitaciones de los balnearios: densa y profunda, indestructible.

La nieve está en mi corazón como la hiedra de la muerte en las habitaciones donde nacimos.

Y el tiempo huye de mí con un crujido dulce de zarzales.

Nieva implacablemente sobre los páramos de mi memoria. Es ya noche entre los blancos cercados.

Cuando amanezca, será ya siempre invierno.

Julio Llamazares

TIEMPO DE LAMENTARSE

OFRENDA LIRICA

En las playas de todos los mundos, se reúnen los niños. El cielo infinito se encalma sobre sus cabezas; el agua, impaciente, se alborota. En las playas de todos los mundos, los niños se reúnen, gritando y bailando. Hacen casitas de arena y juegan con las conchas vacías. Su barco en una hoja seca que botan, sonriendo, en la vasta profundidad. Los niños juegan en las playas de todos los mundos. No saben nadar, no saben echar la red. Mientras el pescador de perlas se sumerje por ellas, y el mercader navega en sus navíos, los niños cojen piedrecillas y vuelven a tirarlas. Ni buscan tesoros ocultos, ni saben echar la red. El mar se alza, en una carcajada, y brilla pálida la playa sonriente. Olas asesinas cantan a los niños baladas sin sentido, igual que una madre que meciera a su hijo en la cuna. El mar juega con los niños, y, pálida, luce la sonrisa de la playa. En las playas de todos los mundos, se reúnen los niños. Rueda la tempestad por el cielo sin caminos, los barcos naufragan en el mar sin rutas, anda suelta la muerte, y los niños juegan. En las playas de todos los mundos, se reúnen, en una gran fiesta, todos los niños.

Rabindranat Tagore