sábado, 18 de diciembre de 2010
Los versos rotos de prostitutas chinas Una antología pionera muestra la injusticia a la que fueron sometidas durante siglos las poetas concubinas
http://www.publico.es/culturas/351223/los-versos-rotos-de-prostitutas-chinas/version-imprimible
PEIO H. RIAÑO MADRID 12/12/2010 08:00 Actualizado: 12/12/2010 10:26
Cerca de 200 poetisas fueron sometidas a la trata.
Cerca de 200 poetisas fueron sometidas a la trata.
Debajo de los hermosos peinados, colorido maquillaje, de los cantos y melodías de los laúdes que ahogan llantos y lamentaciones, de los vestidos de exquisitas sedas y preciosas joyas, lejos del pabellón de los placeres infinitos, de la apasionada intensidad de acosadoras concubinas en busca del goce del emperador, suena la voz quebrada de una prostituta que escribe unos versos a su amado que le ha vuelto a abandonar. "Para mis padres, pesa más / el dinero que su hija. / Y así, con el laúd entre los brazos, / recorro sola mil y mil leguas. / Al claro de la luna, / tras mi interpretación, / no cesan de aplaudirme. / No saben que no han escuchado música, / sino los sollozos de mi alma rota".
Lu Huinu, poeta y prostituta china del siglo XIV escribió este poema improvisado en una barca. Su historia es similar a la de las cerca de 200 poetisas que fueron sometidas a la trata: nacidas o crecidas en medio del aroma literario, pero maltratadas por el destino y acosadas por la miseria, se resignan a prostituirse para sobrevivir, y cuando las condiciones lo permiten, se liberan de esta condición humillante.
Las lágrimas empapan los poemas cargados de desgracias
Pocos versos hay en la Antología de poetas prostitutas chinas, seleccionada por Guojian Chen y publicada por la editorial Visor, que encuentren en la alegría un motivo. Las lágrimas empapan los poemas cargados de desgracias, discriminación, desprecio, desamor, injusticia, miseria y resignación.
Estas 28 poetas acaban con el estereotipo de las delicias de un palacio de retiro adornado con madera y jade, candiles de barro, noches verduscas y el crepitar de la llama, que Occidente se ha encargado de difundir, confundido por los ciegos aromas del exotismo. Lo cierto es que China ha sido otra sociedad feudal más, terriblemente machista e injusta, en la que la prostitución era un asunto de familia.
Este libro traza un recorrido de 14 siglos (del V al XIX) de mujeres maltratadas, educadas para dar placer sexual e intelectual a los funcionarios y viajeros que se desplazaban por negocios en trayectos infinitos por un país interminable.
China fue una sociedad feudal más, machista e injusta
"Ya me marcho, dejando / el verde follaje del wutong, / árbol de Soledad. / Antes yo no conocía / el dolor del amor. / Ahora entiendo que ha sido mi ardiente pasión/ el motivo de todos mis sufrimientos. / ¿Para qué buscarlos en otro sitio?", es uno de los 20 poemas que la poeta Liu Rushi (1618-1664) reúne bajo el título de Añorando a mi amado, escritos cuando la autora fue expulsada de la casa en la que convivía con Chen Zilon, su amante, después de que este salió de viaje a la capital. Liu Rushi fue famosa por su erudición, sus bellos versos, caligrafías, pinturas y rectitud. Nació en una familia muy pobre y fue vendida a un prostíbulo a los 8 años. Se casó como concubina con Qian Qianyi, y al morir este ella se suicidó, dejando más de 200 poemas.
Dolor y tinta
Las niñas hermosas y listas eran seleccionadas para recibir una educación fundada en poesía, canto y baile a fin de hacer de ellas un producto irresistible para la clase más solvente y refinada de China. Les enseñaron a purgar su dolor con tinta. Todas ellas tienen sus mangas rojas perfumadas, delante de las puertas de sus casas hay espléndidos sauces y los cucos cantan sin cesar. "Entre espléndidas flores de color variado / arrasados los ojos de lágrimas, te despido". Todas están encerradas en lo recóndito de su alcoba, bordando sus trajes de danza e ignorando como pueden su profunda tristeza.
viernes, 10 de diciembre de 2010
A quien pueda interesar
Que otros hagan aún
el gran poema
los libros unitarios
las rotundas
obras que sean espejo
de armonía
A mí sólo me importa
el testimonio
del momento que pasa
las palabras
que dicta en su fluir
el tiempo en vuelo
La poesía que busco
es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida
http://amediavoz.com/pacheco.htm#A%20QUIEN%20PUEDA%20INTERESAR
Que otros hagan aún
el gran poema
los libros unitarios
las rotundas
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de armonía
A mí sólo me importa
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las palabras
que dicta en su fluir
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La poesía que busco
es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida
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Mario Vargas Llosa: Elogio de la lectura y la ficción Discurso Nobel 7 diciembre de 2010
Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.
La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.
Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.
No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.
La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.
Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.
No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.
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