por Carola Sabogal
La lectura es un placer sin igual para el alma y el pensamiento, y sus virtudes se realzan cuando padres e hijos la llevamos a cabo conjuntamente. No sólo les abrimos a los niños el camino a la imaginación, sino que también estrechamos los lazos que nos unen, estableciendo una relación especial y mágica con ellos. La lectura se convierte por lo tanto en el momento esperado y único que crea un mundo personal y exclusivo entre ambos.
Desde mi experiencia como madre de cuatro hijos, con la diversidad de sus personalidades y gustos, siempre la lectura ha sido una oportunidad de encuentro y de profundización en la relación con cada uno de ellos. Desde muy chiquitos los libros estuvieron siempre al alcance de sus manos, en formas y colores, en la tierna infancia y sobre todo en las lecturas nocturnas –muchas veces dramatizadas- que disfrutábamos en la habitación. Poco a poco cuando ya empezaban sus primeras letras, se fueron complicando las tramas, y leíamos de a dos, para estimular el aprendizaje, pero por sobre todo para nutrir la imaginación.
La lectura se volvía secreto cuando con un guiño decíamos “zápate” y la risa envolvía la casa o cuando hacíamos alguna reverencia “quijotesca” ante algún molino de viento que nos azotaba.
Conforme crecían, iban afirmando sus gustos: a este la aventura, a la otra lo romántico, a aquella lo reflexivo, pero de hecho cada uno sabía que podía encontrar una palabra de aliento en las historias que navegaban.
Los clásicos abundaron en la niñez y adolescencia de mis hijos, se los llevaba de a puntillas y los leíamos con avidez y respeto. Hubo que elegir con cuidado las ediciones ya que no todo lo que reluce es oro, y la síntesis de las obras no siempre resultan efectivas, por eso animo a los padres a ser selectivos en esto.
Hay épocas de desierto literario, en las cuales chicos y jóvenes se apartan de la lectura y enfocan sus intereses en otros ámbitos, pero no hay que alarmarse por esto, ya que si hemos sembrado con ellos desde pequeños el atractivo por leer, este surgirá nuevamente con fuerza cuando sean mayores.
Otra de las formas de adentrarse con los niños en la lectura es tomar como recorrido habitual una librería o una biblioteca – y hacerse socio- y recorrer los estantes con ellos, divertirse mirando las tapas y las imágenes. Es una suerte de ritual que luego ellos mismos terminarán haciendo con sus propios hijos. Y no les quepa duda que el aroma que se desprende de las páginas de un libro, será una de las sensaciones más hermosas que sabrán disfrutar.
Hoy en día el acoso casi extorsivo que hacen los medios de comunicación, y el uso constante de la informática hacen que niños y jóvenes se alejen del contacto con el libro, sin embargo, no pensemos que quedamos “mal” regalándoles un buena obra literaria, por el contrario, en las noches resurgirá esa magia que fue dada en la infancia y ellos mismos sabrán recobrarla.
Y hoy en día, mis hijos y yo mantenemos vivo este vínculo mágico de leer. Muchas veces son ellos los que me recomiendan algún libro y entonces siento que vuelven esas noches que abrigados bajo las sábanas éramos cómplices de un secreto único y fabuloso: el tesoro de la lectura.
DE LEERXLEER
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