martes, 1 de diciembre de 2009

El mirador del bendito Ricardo Sanz





La primavera temprana de Nerja se deja sentir en el aroma a azahar de los naranjos de la plaza Cantarero. Miro hacia el pico de la Maroma y respiro profundamente, luego vuelvo mi mirada al suelo para seguir barriendo, pero el escobazo que he soltado, se para en seco, de la alcantarilla asoma una pequeña flor amarilla, "no seré yo quien acabe con ella", me digo, y me inclino para mirar a través de la reja el milagro. Una lágrima se me escapa y cae por el desagüe urbano. Cada brizna de hierba -dice el Talmud tiene un ángel que se inclina sobre ella y le susurra: crece, crece". Reparo en esa semilla que fue a parar a la alcantarilla, admiro su coraje para deshacerse de la coraza en la que podría haberse mantenido encapsulada cientos, quizás miles de años; siento sus raíces ahondándose en lo oscuro y lo umbrío; acompaño al blando tallo en su crecimiento hacia la luz de¡ sol y aprendo de esta planta su aceptación de todos los desafíos y peligros con tal de convertirse en aquello en lo que está destinada a ser; me maravilla su comunicación con la existencia, con la humedad del detritus humano, con esa grieta en el cemento que ha aprovechado para crecer.

La planta no califica su situación de buena o mala, no pierde el tiempo y su energía en lo que hubiera podido ser si hubiera nacido en un hermoso valle, en la ladera de una bella montaña o en un jardín zen; ella está en comunión con todo lo que la rodea, todo lo acepta y se da entera en esta pequeña flor amarilla. Por eso me arrodillo en el suelo para olerla y detrás del pestazo a cloaca percibo una fragancia que no se capta con la pituitaria, si no con el corazón, esa fragancia que dejan las hadas cuando se cruzan en mis días. Inspiro hondo ese aroma y sigo barriendo, bajo un radiante sol llueven flores en mi interior y celebro la primavera eterna que ha despertado en mi ser esta anónima flor. El crecimiento del ser es interior y sólo alcanza su plenitud en el amor.


REVISTA SE LECTOR 2009

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