sábado, 18 de diciembre de 2010
Los versos rotos de prostitutas chinas Una antología pionera muestra la injusticia a la que fueron sometidas durante siglos las poetas concubinas
http://www.publico.es/culturas/351223/los-versos-rotos-de-prostitutas-chinas/version-imprimible
PEIO H. RIAÑO MADRID 12/12/2010 08:00 Actualizado: 12/12/2010 10:26
Cerca de 200 poetisas fueron sometidas a la trata.
Cerca de 200 poetisas fueron sometidas a la trata.
Debajo de los hermosos peinados, colorido maquillaje, de los cantos y melodías de los laúdes que ahogan llantos y lamentaciones, de los vestidos de exquisitas sedas y preciosas joyas, lejos del pabellón de los placeres infinitos, de la apasionada intensidad de acosadoras concubinas en busca del goce del emperador, suena la voz quebrada de una prostituta que escribe unos versos a su amado que le ha vuelto a abandonar. "Para mis padres, pesa más / el dinero que su hija. / Y así, con el laúd entre los brazos, / recorro sola mil y mil leguas. / Al claro de la luna, / tras mi interpretación, / no cesan de aplaudirme. / No saben que no han escuchado música, / sino los sollozos de mi alma rota".
Lu Huinu, poeta y prostituta china del siglo XIV escribió este poema improvisado en una barca. Su historia es similar a la de las cerca de 200 poetisas que fueron sometidas a la trata: nacidas o crecidas en medio del aroma literario, pero maltratadas por el destino y acosadas por la miseria, se resignan a prostituirse para sobrevivir, y cuando las condiciones lo permiten, se liberan de esta condición humillante.
Las lágrimas empapan los poemas cargados de desgracias
Pocos versos hay en la Antología de poetas prostitutas chinas, seleccionada por Guojian Chen y publicada por la editorial Visor, que encuentren en la alegría un motivo. Las lágrimas empapan los poemas cargados de desgracias, discriminación, desprecio, desamor, injusticia, miseria y resignación.
Estas 28 poetas acaban con el estereotipo de las delicias de un palacio de retiro adornado con madera y jade, candiles de barro, noches verduscas y el crepitar de la llama, que Occidente se ha encargado de difundir, confundido por los ciegos aromas del exotismo. Lo cierto es que China ha sido otra sociedad feudal más, terriblemente machista e injusta, en la que la prostitución era un asunto de familia.
Este libro traza un recorrido de 14 siglos (del V al XIX) de mujeres maltratadas, educadas para dar placer sexual e intelectual a los funcionarios y viajeros que se desplazaban por negocios en trayectos infinitos por un país interminable.
China fue una sociedad feudal más, machista e injusta
"Ya me marcho, dejando / el verde follaje del wutong, / árbol de Soledad. / Antes yo no conocía / el dolor del amor. / Ahora entiendo que ha sido mi ardiente pasión/ el motivo de todos mis sufrimientos. / ¿Para qué buscarlos en otro sitio?", es uno de los 20 poemas que la poeta Liu Rushi (1618-1664) reúne bajo el título de Añorando a mi amado, escritos cuando la autora fue expulsada de la casa en la que convivía con Chen Zilon, su amante, después de que este salió de viaje a la capital. Liu Rushi fue famosa por su erudición, sus bellos versos, caligrafías, pinturas y rectitud. Nació en una familia muy pobre y fue vendida a un prostíbulo a los 8 años. Se casó como concubina con Qian Qianyi, y al morir este ella se suicidó, dejando más de 200 poemas.
Dolor y tinta
Las niñas hermosas y listas eran seleccionadas para recibir una educación fundada en poesía, canto y baile a fin de hacer de ellas un producto irresistible para la clase más solvente y refinada de China. Les enseñaron a purgar su dolor con tinta. Todas ellas tienen sus mangas rojas perfumadas, delante de las puertas de sus casas hay espléndidos sauces y los cucos cantan sin cesar. "Entre espléndidas flores de color variado / arrasados los ojos de lágrimas, te despido". Todas están encerradas en lo recóndito de su alcoba, bordando sus trajes de danza e ignorando como pueden su profunda tristeza.
viernes, 10 de diciembre de 2010
A quien pueda interesar
Que otros hagan aún
el gran poema
los libros unitarios
las rotundas
obras que sean espejo
de armonía
A mí sólo me importa
el testimonio
del momento que pasa
las palabras
que dicta en su fluir
el tiempo en vuelo
La poesía que busco
es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida
http://amediavoz.com/pacheco.htm#A%20QUIEN%20PUEDA%20INTERESAR
Que otros hagan aún
el gran poema
los libros unitarios
las rotundas
obras que sean espejo
de armonía
A mí sólo me importa
el testimonio
del momento que pasa
las palabras
que dicta en su fluir
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La poesía que busco
es como un diario
en donde no hay proyecto ni medida
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Mario Vargas Llosa: Elogio de la lectura y la ficción Discurso Nobel 7 diciembre de 2010
Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.
La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.
Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.
No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.
La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.
Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.
No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.
martes, 14 de septiembre de 2010
Ayes Tortosa: «Cuando se escribe para niños hay que ser ágiles»
http://www.ideal.es/granada/v/20100602/cultura/ayes-tortosa-cuando-escribe-20100602.html
La autora granadina acaba de publicar junto a la ilustradora Shinobu Wakabayashi 'Cuentos' y 'Versos del Albaicín'
02.06.10 - 02:08 -
JUAN LUIS TAPIA | GRANADA.
La escritora granadina Ayes Tortosa es de las pocas que se dedica en exclusiva a la literatura infantil y juvenil tanto en prosa como en verso. Lleva más de una docena de títulos a sus espaldas y ahora le ha tocado el turno a las historias del Albaicín, en cuentos y versos ilustrados por la japonesa Shinobu Wakabayashi. Defiende la capacidad de sorpresa de los más pequeños y que la lectura no está reñida con el aburrimiento.
-¿Cuál es su concepto de literatura infantil?
-Creo que un libro que le guste a un niño ha de gustar también a un adulto. En principio no veo la diferencia entre literatura para adultos y para niños. La temática puede ser la misma, pero cambia la forma de tratarla. Cuando se escribe para niños no se pueden hacer largas reflexiones ni descripciones, hay que ser ágiles. Por ello, a veces, es más difícil escribir para niños, aunque a muchos les parezca lo contrario.
-¿Se le presta atención por parte del mundo literario a los más pequeños?
-Me duele decir que, en general, los libros son hoy un artículo más de consumo, y los niños no se han librado. La mayoría de las editoriales se han fusionado en grandes multinacionales y se han alejado del modo de pensar y actuar de aquellos editores que, además de la compensación económica, perseguían la calidad literaria. Hoy, muchas editoriales ofrecen a los niños historias planas, insulsas, de contenido vacío, porque creen que van a ser mejor entendidas y, por tanto, se van a vender más. En una palabra, 'infantilizan', en el peor sentido, los libros. Y esto es terrible, porque están contribuyendo a que muchos niños rechacen la lectura. La realidad es que a los niños no les gustan las historias leves.
-¿Se considera un género menor la literatura infantil?
-Sí, creo que hay prejuicios en este aspecto. Pero son debidos fundamentalmente, al desconocimiento por parte de muchos adultos de las publicaciones que hay para niños y jóvenes.
-¿En qué consisten los 'Cuentos del Albaicín'?
-He querido demostrar que el Albaicín sigue vivo. Aunque es un barrio histórico aún sigue haciendo historia. Porque, como dice la abuela Genoveva, una protagonista de los cuentos: «El Albaicín está lleno de historias que han sucedido, están sucediendo o pueden suceder en cualquier momento».
-¿Es una manera de explicar y relatar la historia del barrio granadino?
-Que nadie espere al leer estos cuentos, que se trata de leyendas, mitos, historias antiguas del barrio. Son historias y personajes que nos 'asaltan', en el buen sentido, cuando hoy caminamos por un barrio tan singular y cosmopolita. Un barrio en el que conviven personas mayores, un poco cascarrabias de tanto subir las cuestas, con niños que regresan alegres de los colegios. Donde convive Fouadis, recién llegado de Tánger, con la señora Fish, la inglesa que todas las mañanas baja por la Cuesta de Alhacaba; o Roberto Manuel, que viene de un país del otro lado del 'charco', con don Leandro, el relojero, o con Olegario, el policía del barrio, que tiene debilidad por los pasteles de Casa Pasteles.
-¿Qué principios y valores le gusta destacar en sus libros?
-Sigo el principio de que una persona entretenida es una persona receptiva y, antes que nada, intento no aburrir. Todos los niños tienen bastante sentido del humor, creo que perciben que el humor es lo más opuesto al dogmatismo. También se aprende de los niños a encontrar universos en los granos de arena; dicho de otra forma, a descubrir la cantidad de información que contienen los objetos y los hechos aparentemente inútiles. Los niños mantienen intacta la capacidad de sorprenderse, que es igual a la capacidad de amar la vida. Si consiguiera transmitir algo de esto, me daría por satisfecha.
-¿Cómo ha sido el trabajo con la ilustradora japonesa Shinobu Wakabayashi?
-Son unos dibujos impregnados de ese don de la difícil sencillez que poseen los orientales. Los 'Versos del Albaicín', creo que son una crónica del barrio, dibujada con palabras y escrita con dibujos. Quisiera destacar también la artística maquetación que la diseñadora Mar Delgado ha hecho en los dos libros publicados.
La autora granadina acaba de publicar junto a la ilustradora Shinobu Wakabayashi 'Cuentos' y 'Versos del Albaicín'
02.06.10 - 02:08 -
JUAN LUIS TAPIA | GRANADA.
La escritora granadina Ayes Tortosa es de las pocas que se dedica en exclusiva a la literatura infantil y juvenil tanto en prosa como en verso. Lleva más de una docena de títulos a sus espaldas y ahora le ha tocado el turno a las historias del Albaicín, en cuentos y versos ilustrados por la japonesa Shinobu Wakabayashi. Defiende la capacidad de sorpresa de los más pequeños y que la lectura no está reñida con el aburrimiento.
-¿Cuál es su concepto de literatura infantil?
-Creo que un libro que le guste a un niño ha de gustar también a un adulto. En principio no veo la diferencia entre literatura para adultos y para niños. La temática puede ser la misma, pero cambia la forma de tratarla. Cuando se escribe para niños no se pueden hacer largas reflexiones ni descripciones, hay que ser ágiles. Por ello, a veces, es más difícil escribir para niños, aunque a muchos les parezca lo contrario.
-¿Se le presta atención por parte del mundo literario a los más pequeños?
-Me duele decir que, en general, los libros son hoy un artículo más de consumo, y los niños no se han librado. La mayoría de las editoriales se han fusionado en grandes multinacionales y se han alejado del modo de pensar y actuar de aquellos editores que, además de la compensación económica, perseguían la calidad literaria. Hoy, muchas editoriales ofrecen a los niños historias planas, insulsas, de contenido vacío, porque creen que van a ser mejor entendidas y, por tanto, se van a vender más. En una palabra, 'infantilizan', en el peor sentido, los libros. Y esto es terrible, porque están contribuyendo a que muchos niños rechacen la lectura. La realidad es que a los niños no les gustan las historias leves.
-¿Se considera un género menor la literatura infantil?
-Sí, creo que hay prejuicios en este aspecto. Pero son debidos fundamentalmente, al desconocimiento por parte de muchos adultos de las publicaciones que hay para niños y jóvenes.
-¿En qué consisten los 'Cuentos del Albaicín'?
-He querido demostrar que el Albaicín sigue vivo. Aunque es un barrio histórico aún sigue haciendo historia. Porque, como dice la abuela Genoveva, una protagonista de los cuentos: «El Albaicín está lleno de historias que han sucedido, están sucediendo o pueden suceder en cualquier momento».
-¿Es una manera de explicar y relatar la historia del barrio granadino?
-Que nadie espere al leer estos cuentos, que se trata de leyendas, mitos, historias antiguas del barrio. Son historias y personajes que nos 'asaltan', en el buen sentido, cuando hoy caminamos por un barrio tan singular y cosmopolita. Un barrio en el que conviven personas mayores, un poco cascarrabias de tanto subir las cuestas, con niños que regresan alegres de los colegios. Donde convive Fouadis, recién llegado de Tánger, con la señora Fish, la inglesa que todas las mañanas baja por la Cuesta de Alhacaba; o Roberto Manuel, que viene de un país del otro lado del 'charco', con don Leandro, el relojero, o con Olegario, el policía del barrio, que tiene debilidad por los pasteles de Casa Pasteles.
-¿Qué principios y valores le gusta destacar en sus libros?
-Sigo el principio de que una persona entretenida es una persona receptiva y, antes que nada, intento no aburrir. Todos los niños tienen bastante sentido del humor, creo que perciben que el humor es lo más opuesto al dogmatismo. También se aprende de los niños a encontrar universos en los granos de arena; dicho de otra forma, a descubrir la cantidad de información que contienen los objetos y los hechos aparentemente inútiles. Los niños mantienen intacta la capacidad de sorprenderse, que es igual a la capacidad de amar la vida. Si consiguiera transmitir algo de esto, me daría por satisfecha.
-¿Cómo ha sido el trabajo con la ilustradora japonesa Shinobu Wakabayashi?
-Son unos dibujos impregnados de ese don de la difícil sencillez que poseen los orientales. Los 'Versos del Albaicín', creo que son una crónica del barrio, dibujada con palabras y escrita con dibujos. Quisiera destacar también la artística maquetación que la diseñadora Mar Delgado ha hecho en los dos libros publicados.
domingo, 13 de junio de 2010
El cuento de las hadas y los hados Lo políticamente correcto choca con la tradición oral: Igualdad y UGT desaconsejan los relatos clásicos por sexista
AURORA INTXAUSTI 10/04/2010
Hadas, princesas, madrastras, vampiros. El mundo de la fantasía nos lleva a historias imposibles y nos lanza a aventuras increíbles. ¿O es el mundo real? Los cuentos nos introducen en el universo de la lectura y al mismo tiempo nos descubren sentimientos como los celos en el caso de Cenicienta, la envidia en Blancanieves o el abandono en Hansel y Gretel.
Hadas, princesas, madrastras, vampiros. El mundo de la fantasía nos lleva a historias imposibles y nos lanza a aventuras increíbles. ¿O es el mundo real? Los cuentos nos introducen en el universo de la lectura y al mismo tiempo nos descubren sentimientos como los celos en el caso de Cenicienta, la envidia en Blancanieves o el abandono en Hansel y Gretel. Durante años, los clásicos de Hans Christian Andersen, los hermanos Grimm o Charles Perrault han mostrado a los niños un mundo en el que el papel de la mujer y el hombre eran diferentes, porque correspondían a una época muy distinta a la que vivimos hoy.
Los nuevos cuentistas abordan otro tipo de temas relacionados con los valores que deben predominar en nuestra sociedad, como la solidaridad, el medio ambiente, el respeto al otro o la amistad. Pero lo políticamente correcto no derrota por ahora a la tradición y el cuento clásico sigue tan vigente como siempre. Hay quien apuesta por reinventar los cuentos y sobre eso hay diferentes teorías. Y hay otros que creen que resulta absurdo incluso el planteamiento de que pueda cuestionarse un patrimonio cultural de este orden.
El mercado editorial infantil y juvenil en España es uno de los más potentes de Europa, con una facturación anual que supera los 300 millones de euros. Se editan cantidades importantes de autores contemporáneos españoles y extranjeros. Sin embargo, los cuentos clásicos se llevan la mayor parte de la manzana. El Ministerio de Igualdad, el Instituto de la Mujer y el sindicato FETE-UGT apuestan por acercar a los niños cuentos no sexistas, ya que consideran que las historias infantiles suelen estar llenas de estereotipos. "Casi todas las historias colocan a las mujeres y a las niñas en una situación pasiva en la que el protagonista, generalmente masculino, tiene que realizar diversas actividades para salvarla", apunta Luz Martínez Ten, secretaria de Políticas Sociales de FETE-UGT. Y ahí están cuentos como La Bella Durmiente, Cenicienta o Blancanieves para demostrarlo.
Tan convencidos están de que a través de la educación se pueden lograr objetivos como fomentar la igualdad entre niños y niñas y prevenir la violencia de género que han lanzado la campaña Educando en Igualdad. "Que a las niñas les gusten las muñecas y a los niños los coches, y que las enfermeras sean mujeres y los mecánicos, hombres, es cuestión de educación". Así lo plantea la Federación de Enseñanza de UGT en la citada campaña, que ha editado 42.000 guías en las cuatro lenguas oficiales. Sin embargo, esta tesis no es compartida de forma generalizada. "Cuando se pregunta a los niños y niñas de seis y siete años qué quieren ser de mayores, los niños optan por las carreras tradicionalmente más masculinas, como presidente del Gobierno, político, astronauta, empresario, inventor, presidente de un club de fútbol o futbolista, pero ninguno dice que quiere tener niños o piensa en el amor y en los afectos, mientras que las niñas siguen dirigiéndose a aquellas carreras que son más aceptadas socialmente, y lo primero que expresan es que de mayor quieren casarse, tener muchos niños y tener una casa muy bonita y, después, hablan del trabajo", puntualiza Luz Martínez. Los docentes en los primeros cursos de la enseñanza son mayoritariamente mujeres. Sin embargo, el número de catedráticas que hay en las universidades públicas españolas es el mismo que hace 25 años.
Pilar Pérez, propietaria de la librería madrileña El Dragón Lector, asegura que a la hora de adquirir un libro infantil sigue predominando el cuento clásico frente a otras ofertas. "Hay muchos libros en las estanterías en los que los papeles asignados a la madre son más acordes a nuestra realidad. Les puede narrar una aventura sin dejar de lado la fantasía". Y cita como ejemplo el relato El boogie de los culitos, de Guido van Genechten, en el que el papá elefante es quien cuida de la casa y la madre es la que sale a trabajar.
La experiencia le ha demostrado a esta librera que es en la etapa de entre 10 y 12 años donde las lecturas elegidas por chicos y chicas se diferencian más. "Los chicos tienden a descolgarse de la lectura porque les atrae mucho más el mundo de los videojuegos y las chicas se lanzan a los vampiros y fantasmas. Lo que sí he comprobado es que bajo ese trasfondo fantasmal ellas buscan historias de amor". Pilar Pérez y su marido José Villota llevan seis años organizando actividades en torno a los libros porque creen que su labor es abrir una puerta al mundo de la lectura.
"En los 25 años que llevo impartiendo clases, las mentes y las actitudes de los chicos y las chicas han cambiado de forma importante. Nos preocupamos mucho de buscar material a través del cual los escolares puedan ver las distintas maneras de enfrentarse a nuestra sociedad", apunta Esther Vázquez, profesora de Educación Primaria. Y, en ese sentido, Luz Martínez Ten sostiene que la escuela es el mejor lugar para combatir actitudes sexistas y defender los valores de igualdad. "No podemos prescindir de los cuentos tradicionales porque forman parte de nuestra cultura. No vamos a hacer una pira con ellos y quemarlos. Se deben analizar y poner en evidencia aquello que no es correcto o no está bien. Lo bueno sería romper con la inercia sin eliminar el elemento mágico que debe tener todo cuento. Se puede y se debe jugar con los personajes, reflexionar, experimentar y analizar el papel del hombre y de la mujer en el texto", sentencia Martínez.
El ministerio, el Instituto de la Mujer y UGT han elaborado una guía para el profesorado en la que se destaca que el sistema educativo fue concebido para formar al alumnado en el marco de socialización patriarcal, en el que los hombres debían trabajar en el ámbito público y las mujeres, en el privado. Y que el sistema educativo actual ignora la realidad histórica y social de las mujeres y oculta su contribución a distintos campos del saber y al desarrollo de la humanidad. Además, apunta que en los libros de texto y en otros materiales del aula se utiliza un lenguaje "pretendidamente genérico, que deja invisible a la mitad de la humanidad".
"La educación es el instrumento para conseguir una igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres", puntualiza Isabel Martínez, secretaria general de Políticas de Igualdad. "No se puede negar que se ha avanzado mucho en los últimos años, pero queda mucho camino por recorrer". Martínez es partidaria de romper estereotipos incluso en los cuentos y, a la hora de adquirir libros para los más pequeños, busca alternativas diferentes a los clásicos y se lanza a ofertas distintas, como La cenicienta que no quería comer perdices, de Nunila López Salamero con prólogo de Maruja Torres.
En esa línea de buscar algo distinto que ofrecer al lector está el editor de Thule, José Díaz, quien apuesta por la calidad de las ilustraciones y por textos diferentes. "Reinventar los clásicos para ser políticamente correctos es como ponerle puertas al campo. Cada época genera sus propios relatos y corregirlos no tiene ningún sentido". Eso no impide que editen cuentos como La boca del lobo, que es la historia explicada desde el punto de vista del lobo de Caperucita, que reconoce apenado que todo lo ocurrido fue un accidente. Otro de los cuentos editados por Díaz es Recetas de lluvia y azúcar, de las madrileñas Eva Manzano y Mónica Gutiérrez, un recetario de emociones que van de la templanza a la timidez, pasando por la paciencia o la tristeza. O El libro inclinado, de Peter Newell, en el que se narra la historia del carrito de un bebé que se le escapa a su madre y va atropellando a todo el mundo.
A María Castillo, editora de SM, lo que le mueve a la hora de publicar y elegir los temas es "el sentido común". "Y lo mismo me ocurre con este tema de la igualdad. No creo que sea necesario llevar las cosas al extremo. Hay que educar las emociones, los sentimientos, pero nunca imponiendo, porque el efecto que logras probablemente sea el contrario", añade. Castillo, que durante 13 años fue profesora y lleva 25 en el mundo editorial, es reacia a modificar los cuentos clásicos, esos que provienen del mundo oral y que se han transmitido a lo largo de los siglos. "Ahora abordamos temas como la justicia y la transparencia a través de relatos como Jaime de cristal, de Gianni Rodari; la tolerancia en El país del cuadrado, de Tanucci, o el amor en Un regalo del cielo, de Gustavo Martín Garzo".
En la misma línea argumental se manifiesta Marta Bueno, directora de infantil y juvenil de Planeta: "No creo necesario reinventar los cuentos que han formado parte de nuestras vidas". En los 32 años que llevan editando las historias de Teo se han ido modificando los distintos elementos para ir acorde a los tiempos. Lo que parece evidente es que en la literatura infantil y juvenil que se publica en España los personajes femeninos se han priorizado y han cobrado mayor peso en las historias.
© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/cuento/hadas/hados/elpepisoc/20100410elpepisoc_1/Tes?print=1
martes, 8 de junio de 2010
¿Por qué leer? Harold Bloom [En: Letra internacional 67, verano 2000, pp. 4-8]
Importa, para que los individuos tengan la capacidad de juzgar y opinar por sí mismos, que lean por su cuenta. Lo que lean o que lo hagan bien o mal, no puede depender totalmente de ellos, pero deben hacerlo por propio interés y en interés propio. Se puede leer meramente para pasar el rato o por necesidad, pero, al final, se acabará leyendo contra reloj. Acaso los lectores de la Biblia, los que por sí mismos buscan en ella la verdad, ejemplifiquen la necesidad con mayor claridad que los lectores de Shakespeare, pero la búsqueda es la misma. Entre otras cosas, la lectura sirve para prepararnos para el cambio, y lamentablemente el cambio definitivo es universal.
Para mí, la lectura como a una praxis personal, más que una empresa educativa. El modo en que leemos hoy, cuando estamos solos con nosotros mismos, guarda una continuidad considerable con el pasado, aunque se realice en una biblioteca universitaria. Mi lector ideal (y héroe de toda la vida) es Samuel Johnson, que comprendió y expuso tanto los efectos como las limitaciones del hábito de leer. Éste, al igual que todas las actividades de la mente, debía satisfacer la principal preocupación de Johnson, que era la preocupación por "aquello que sentimos próximo a nosotros, aquello que podemos usar". Sir Francis Bacon, que aportó algunas de las ideas que Johnson llevó a la práctica, dio este célebre consejo: "No leáis para contradecir o impugnar, ni para creer o dar por sentado, ni para hallar tema de conversación o de disertación, sino para sopesar y reflexionar." A Bacon y Johnson quisiera añadir otro sabio lector, Emerson, fiero enemigo de la historia y de todo historicismo, quien señaló que los mejores libros "nos impresionan con la convicción de que la naturaleza que los escribió es la misma que los lee". Permítanme fundir a Bacon, Johnson y Emerson en una fórmula de cómo leer: encontrar, en aquello que sintamos próximo a nosotros, aquello que podamos usar para sopesar y reflexionar, y que nos llene de la convicción de compartir una naturaleza única, libre de la tiranía del tiempo. En términos pragmáticos, esto significa: primero encuentra a Shakespeare, y luego deja que él te encuentre. Si te encuentra El rey Lear, sopesa y considera la naturaleza que comparte contigo, lo próximo que lo sientes de ti. No considero esta actitud que propugno idealista, sino pragmática. Utilizar esta tragedia como queja contra el patriarcado es dejar de lado los propios intereses primordiales, sobre todo en el caso de una mujer joven; esto no es tan irónico como parece. Shakespeare, más que Sófocles, es la autoridad ineludible sobre el conflicto entre generaciones y, más que ningún otro, sobre las diferencias entre mujeres y hombres. Ábrete a la lectura plena de El rey Lear y comprenderás mejor los orígenes de lo que conoces como patriarcado.
En definitiva leemos –algo en lo que concuerdan Bacon, Johnson y Emerson- para fortalecer nuestra personalidad y averiguar cuáles son sus auténticos intereses. Este proceso de maduración y aprendizaje nos hace sentir placer, y ello es la causa de que los moralistas sociales, de Platón a nuestros actuales puritanos de campus universitario, siempre hayan reprobado los valores estéticos. Sin duda, los placeres de la lectura son más egoístas que sociales. No se puede mejorar de forma directa la vida de nadie leyendo mejor o más profundamente. No puedo por menos que sentirme escéptico ante la tradicional esperanza de la sociedad, que da por sentado que el crecimiento de la imaginación individual ha de conllevar inevitablemente una mayor preocupación por los demás, y pongo en cuarentena toda argumentación que relacione los placeres de la lectura personal con el bien común.
Lo triste de la lectura que se realiza por motivos profesionales es que sólo raras veces se revive el placer de leer que se sintió en la juventud, cuando los libros eran un deleite hazlittiano. La manera en que leemos hoy depende en parte de nuestra distancia interior o exterior de las universidades, donde la lectura apenas se enseña como placer, en cualquiera de los sentidos profundos de la estética del placer. Abrirse a una confrontación directa con Shakespeare en sus momentos más contundentes, por ejemplo en El rey Lear, nunca es un placer fácil, ni en la juventud ni en la vejez, y, sin embargo, no leer El rey Lear plenamente (es decir, sin expectativas ideológicas) es ser objeto de fraude cognoscitivo y estético. La niñez pasada en gran medida mirando la televisión se proyecta en una adolescencia frente al ordenador, y la universidad recibe a un estudiante difícilmente capaz de acoger la sugerencia de que debemos soportar tanto el haber nacido como el tener que morir; es decir, de madurar. La lectura resulta incapaz de fortalecer su personalidad, que, por consiguiente, no madura. Esta situación sólo se puede solucionar recurriendo a alguna versión del elitismo y, por buenas o malas razones, en nuestra época esto es inaceptable. Todavía hay en todas partes, aun en las universidades, quienes practican la lectura personal, jóvenes y viejos. Si existe en nuestra época una función de la crítica, será la de dirigirse a esos lectores que leen por sí mismos y no por unos intereses que, supuestamente, trascienden la propia personalidad.
En la literatura como en la vida, el mérito está muy relacionado con lo idiosincrásico, con esas superfluidades que hacen que empiece a captarse el sentido de lo escrito. No es casual que los historicistas -críticos que creen que todos estamos inexorablemente condicionados por la historia de la sociedad- consideren que los personajes literarios son meros signos en una página. Si no pensamos por nosotros mismos, Hamlet ni siquiera será un caso clínico. Así pues, voy a enunciar el primer principio, a fin de renovar la manera en que leemos hoy, un principio que me apropio de Samuel Johnson: Límpiate la mente de tópicos. El diccionario nos dice que los tópicos o lugares comunes son fórmulas o clichés convertidos en esquemas formales o conceptuales. Dado que las universidades han potenciado expresiones como "sexo y sexualidad" o "multiculturalismo", la admonición de Johnson se convierte en: Límpiate la mente de tópicos pseudointelectuales. Una cultura universitaria en que la apreciación de la ropa interior de las mujeres victorianas sustituye a la apreciación de Charles Dickens y Robert Browning recuerda las vitriólicas sátiras de Nathanael West, pero no es más que la norma.Una consecuencia involuntaria de esa «poética cultural» es que no puede surgir un nuevo Nathanael West, pues semejante cultura universitaria no podría soportar la parodia. Los poemas de nuestra tradicción cultural han sido reemplazados por la ropa interior que cubre el cuerpo de nuestra cultura. Nuestros nuevos materialistas nos dicen que han cuperado el cuerpo para el historicismo y afirman obrar en nombre del principio de realidad. La vida de la mente será aniquilada por la muerte del cuerpo, pero para esto poco se necesitan los hurras de una secta pseudointelectual.
Límpiate la mente de tópicos conduce al segundo principio de renovación de la lectura: No trates de mejorar a tu vecino ni a tu ciudad con lo que lees ni por el modo en que lo lees. El fortalecimiento de la propia personalidad es ya un proyecto considerable para la mente y el espíritu de cada cual: no existe una ética de la lectura. Hasta que haya purgado su ignorancia primordial, la mente no debería salir de casa; las excursiones prematuras al activismo tienen su encanto, pero consumen tiempo, que forzosamente se restará a la lectura. El historicismo, tanto orientado al pasado como al presente, es una especie de idolatría, una devoción obsesiva a lo puramente temporal. Leamos, entonces, iluminados por esa luz interior que celebró John Milton y Emerson adoptó como principio de lectura. Principio que bien puede ser el tercero de los nuestros: El intelectual es una vela que iluminará la voluntad y los anhelos de todos los hombres. Olvidando tal vez la fuente, Wallace Stevens escribió maravillosas variaciones de esta metáfora; pero la frase emersoniana original articula con mayor claridad el tercer principio de la lectura. No hay por qué temer que la libertad que confiere el desarrollo como lector sea egoísta porque, si uno llega a ser un lector como es debido, la respuesta a su labor lo confirmará como iluminación de los demás. Cuando leo las cartas de desconocidos que he recibido en los últimos siete u ocho años, por lo general me conmuevo tanto que no puedo responderlas. Su páthos, para mí, radica en que a menudo dejan traslucir un ansia de estudios literarios canónicos que las universidades desdeñan satisfacer. Emerson dijo que la sociedad no puede prescindir de las mujeres y los hombres cultivados, y proféticamente agregó: «El hogar del escritor no es la universidad sino el pueblo». Se refería a los escritores grandes, a los hombres y mujeres representativos, es decir, que sirven de ejemplo y de modelo.
La función -olvidada en gran medida- de una educación universitaria quedó captada para siempre en «El intelectual americano», discurso en el que, acerca de los deberes del intelectual, Emerson dice: «Pueden considerarse parte de la confianza en uno mismo». Tomo de Emerson mi cuarto principio de la lectura: Para leer bien hay que ser un inventor. A la «lectura creativa», en el sentido de Emerson, la llamé en cierta ocasión «mala lectura», expresión que persuadió a mis oponentes de que padecía de dislexia voluntaria. La inanidad o la vaciedad que perciben cuando leen un poema sólo está en sus ojos. La confianza en sí mismo no es un don ni un atributo, sino una especie de segundo nacimiento de la mente, y no sobreviene sin años de lectura profunda. En estética no hay patrones absolutos. Si alguien desea sostener que el ascendiente de Shakespeare fue un producto del colonialismo, ¿quién se molestará en refutarlo? Al cabo de cuatro siglos Shakespeare nos impregna más que nunca; lo representarán en al estratosfera y en otros mundos, si llegamos hasta allí. No se trata de una conspiración de la cultura occidental; contiene todos los principios de la lectura y es mi piedra de toque a lo largo de este libro. Borges atribuyó el carácter universal de Shakespeare a su aparente falta de egoísmo, pero esta cualidad no es más que una metáfora para indicar que aquello que realmente distingue a Shakespeare, que es, en definitiva, una tremenda capacidad de comprensión. Con frecuencia, aunqueno siempre nos demos cuenta, leemos en busca de una mente más original que la nuestra.
Como la ideología, sobre todo en sus versiones más superficiales, es especialmente nociva para la capacidad de captar y apreciar la ironía, sugiero que nuestro quinto principio para la renovación de la lectura sea la recuperación de lo irónico. Pensemos en la inagotable ironía de Hamlet, que casi invariablemente cuando dice una cosa quiere decir otra, a menudo diametralmente opuesta. Pero, al enunciar el quinto principio –la postrada esperanza de recuperar la ironía–, me siento próximo a la desesperación, porque enseñar a alguien a ser irónico es tan difícil como instruirlo para que desarrolle plenamente su personalidad. Y, sin embargo, la pérdida de la ironía es la muerte de la lectura y de lo que nuestras naturalezas tienen de civilizado.
Anduve de tabla en tabla
con paso lento y prudente.
Sentía en derredor las estrellas,
en torno a mis pies el mar.
Sabía que quizá la siguiente
fuera la pisada final.
Y anduve con ese precario paso
que algunos llaman experiencia.
Mujeres y hombres pueden caminar de maneras diferentes, pero, a menos que nos disciplinen, todos tenemos un paso en cierto modo individual. Difícilmente puede comprenderse a Dickinson, maestra de lo sublime precario, si no se aprecia su ironía. Va andando por el único sendero disponible, «de tabla en tabla»; irónicamente, no obstante, la lenta cautela se yuxtapone a un titanismo que le hace que siente «en derredor las estrellas», aunque tenga los pies casi en el mar. El hecho de ignorar si el paso siguiente será la «la pisada final» le confiere ese «precario paso» al que no da nombre, aunque «algunos lo llaman experiencia». Dickinson había leído "Experiencia", el ensayo de Emerson -una pieza culminante, muy al modo en que «De la experiencia» lo fuera para Montaigne, su maestro- y su ironía es una respuesta amable al planteamiento inicial de Emerson: «¿Dónde nos encontramos? En una serie de acontecimientos cuyos extremos desconocemos y que, según creemos, no los tiene». Para Dickinson el extremo es ignorar si el paso siguiente será la pisada final. «¡Si alguno de nosotros supiera qué estamos haciendo, o hacia dónde vamos, sería mejor que no nos lo dijera!» La consiguiente imagen poética de Emerson difiere de la de Dickinson en temperamento o, como dice ella, en la manera de asumirla. En el dominio de la experiencia de Emerson «todas las cosas se difimunan y destellan», y su ironía genial es muy diferente de la ironía de la precariedad de Dickinson. Con todo, los dos son sinceros, y en los efectos rivales de sus respectivas ironías ambos perviven.
Al final del sendero de la ironía perdida hay una pisada final, más allá de la cual el valor literario será irrecuperable. La ironía es sólo una metáfora, y es difícil que la de una edad literaria lo sea también de otra; no obstante, sin un renacimiento del sentido irónico no sólo se habrá perdido lo que llamamos «literatura de invención» sino bastante más. Ya parece haberse perdido Thomas Mann, el más irónico de los grandes escritores del siglo XX. Se han publicado nuevas biografías suyas preocupadas, sobre todo, por probar su supuesta homosexualidad, como si la única forma de demostrar que aún tiene cierto interés para nosotros fuera certificar su condición de gay y darle así un lugar en los planes de estudios universitarios. De hecho, es lo mismo que estudiar a Shakespeare fundamentalmente por su supuesta bisexualidad; los caprichos del contrapuritanismo vigente se diría que no tienen límite. Aunque las ironías de Shakespeare, como cabe esperar de él, son las más amplias y dialécticas de la literatura occidental, no siempre nos transmiten las pasiones de sus personajes a causa de la vastedad e intensidad de sus registros emocionales. Por consiguiente, sobrevivirá a nuestra época: perderemos sus ironías, pero nos quedará el resto de su obra. Sin embargo, en el caso de Thomas Mann todas las emociones, narrativas o dramáticas, nos son transmitidas mediante un irónico esteticismo; de ahí que dar una clase sobre La muerte en Venecia o Unordnung und frühes Leid a la mayor parte de los estudiantes de nuestras universidades, incluso a los más dotados, sea una tarea casi imposible. Cuando los autores son dejados en el olvido por la historia, decimos acertadamente que sus obras son «propias de su época», pero creo que nos encontramos ante un fenómeno muy diferente cuando la causa de que hayan sido olvidados es la ideología historicista.
La ironía exige una amplia dosis de atención y la capacidad de albergar mentalmente en un momento dado doctrinas antitéticas, o que incluso choquen entre sí. Si la lectura es despojada de la ironía, pierde inmediatamente su carácter disciplinar y su capacidad de sorprender. Pregúntate qué es aquello que sientes próximo a ti, aquello que puedes usar para sopesar y meditar, y lo más probable es que te respondas: la ironía, incluso si muchos de tus maestros no saben qué es ni dónde encontrarla. La ironía limpiará tu mente de los tópicos pseudointelectuales de los ideólogos y te ayudará a ser un intelectual que ilumine a los demás como una vela.
Cuando uno ronda los setenta, le apetece tan poco leer mal como vivir mal, porque el tiempo transcurre implacable. No sé si Dios o la naturaleza tienen derecho a exigir nuestra muerte, aunque es ley de vida que llegue nuestra hora, pero estoy seguro de que nada ni nadie, cualquiera que sea el colectivo que pretenda representar o intente promocionar, puede exigir de nosotros la mediocridad.
Como durante medio siglo mi lector ideal ha sido Samuel Johnson, reproduzco mi pasaje favorito del prefacio con que encabecé su edición de las obras teatrales de Shakespeare:
Éste es, pues, el mérito de Shakespeare: que sus dramas son el espejo de la vida; que aquel cuya mente ha quedado enmarañada siguiendo a los fantasmas alzados ante él por otros escritores pueda curarse de sus éxtasis delirantes leyendo sentimientos humanos en lenguaje humano, mediante escenas que permitirían a un ermitaño formarse una opinión de los asuntos del mundo y a un confesor predecir el curso de las pasiones.
Para leer sentimientos humanos en lenguaje humano hay que ser capaz de leer humanamente, con todo el ser. Tengamos las convicciones que tengamos, somos algo más que una ideología; y Shakespeare tanto más nos habla cuanto mayor es la parte de nosotros que somos capaces de llevar hasta él. En otras palabras: Shakespeare nos lee mejor de lo que podemos leerlo, aun después de habernos limpiado la mente de tópicos. No ha habido antes ni después de él otro escritor con semejante dominio de la perspectiva, ni que desborde tanto cualquier contextualización que se imponga a sus obras. Johnson, que percibió esto de modo admirable, nos exhorta a permitir que Shakespeare nos cure de nuestros «éxtasis delirantes». Permítaseme ir más allá de Johnson y hacer hincapié en que debemos reconocer los fantasmas que exorcizará la lectura profunda de Shakespeare. Uno de ellos es la muerte del autor; otro es el aserto de que tener personalidad propia es una ficción; otro más, la opinión de que los personajes literarios y dramáticos son signos en una página. Un cuarto fantasma, y el más pernicioso, es que el lenguaje piensa por nosotros.
En cualquier caso, al fin el amor por Johnson y por la lectura me aparta de la polémica para llevarme a la alabanza de las muchas personas capaces de leer de forma personal con las que me voy encontrando, tanto en el aula como en los mensajes que recibo. Leemos a Shakespeare, Dante, Chaucer, Cervantes, Dickens y demás escritores de su categoría porque la vida que describen es de tamaño mayor que el natural. En términos pragmáticos, se han convertido en la verdadera bendición, entendida en el más puro sentido judío de «vida más plena en un tiempo sin límites». Leemos de manera personal por razones variadas, la mayoría de ellas familiares: porque no podemos conocer a fondo a toda la gente que quisiéramos; porque necesitamos conocernos mejor; porque sentimos necesidad de conocer cómo somos, cómo son los demás y cómo son las cosas.
Sin embargo, el motivo más fuerte y auténtico para la lectura personal del tan maltratado canon es la búsqueda de un placer difícil. Yo no patrocino precisamente una erótica de la lectura, y pienso que «dificultad placentera» es una definición plausible de lo sublime; pero depende de cada lector el que encuentre un placer todavía mayor. Hay una versión de lo sublime para cada lector, la cual es, en mi opinión, la única trascendencia que nos es posible alcanzar en esta vida, si se exceptúa la trascendencia todavía más precaria de lo que llamamos «enamorarse». Hago un llamamiento a que descubramos aquello que nos es realmente cercano y podemos utilizar para sopesar y reflexionar.
A leer profundamente, ni para creer, ni para contradecir, sino para aprender a participar de esa naturaleza única que escribe y lee. A limpiarnos la mente de tópicos, no importa qué idealismo afirmen representar. Sólo se puede leer para iluminarse uno mismo: no es posible encender una vela que dé luz a alguien más.
Para mí, la lectura como a una praxis personal, más que una empresa educativa. El modo en que leemos hoy, cuando estamos solos con nosotros mismos, guarda una continuidad considerable con el pasado, aunque se realice en una biblioteca universitaria. Mi lector ideal (y héroe de toda la vida) es Samuel Johnson, que comprendió y expuso tanto los efectos como las limitaciones del hábito de leer. Éste, al igual que todas las actividades de la mente, debía satisfacer la principal preocupación de Johnson, que era la preocupación por "aquello que sentimos próximo a nosotros, aquello que podemos usar". Sir Francis Bacon, que aportó algunas de las ideas que Johnson llevó a la práctica, dio este célebre consejo: "No leáis para contradecir o impugnar, ni para creer o dar por sentado, ni para hallar tema de conversación o de disertación, sino para sopesar y reflexionar." A Bacon y Johnson quisiera añadir otro sabio lector, Emerson, fiero enemigo de la historia y de todo historicismo, quien señaló que los mejores libros "nos impresionan con la convicción de que la naturaleza que los escribió es la misma que los lee". Permítanme fundir a Bacon, Johnson y Emerson en una fórmula de cómo leer: encontrar, en aquello que sintamos próximo a nosotros, aquello que podamos usar para sopesar y reflexionar, y que nos llene de la convicción de compartir una naturaleza única, libre de la tiranía del tiempo. En términos pragmáticos, esto significa: primero encuentra a Shakespeare, y luego deja que él te encuentre. Si te encuentra El rey Lear, sopesa y considera la naturaleza que comparte contigo, lo próximo que lo sientes de ti. No considero esta actitud que propugno idealista, sino pragmática. Utilizar esta tragedia como queja contra el patriarcado es dejar de lado los propios intereses primordiales, sobre todo en el caso de una mujer joven; esto no es tan irónico como parece. Shakespeare, más que Sófocles, es la autoridad ineludible sobre el conflicto entre generaciones y, más que ningún otro, sobre las diferencias entre mujeres y hombres. Ábrete a la lectura plena de El rey Lear y comprenderás mejor los orígenes de lo que conoces como patriarcado.
En definitiva leemos –algo en lo que concuerdan Bacon, Johnson y Emerson- para fortalecer nuestra personalidad y averiguar cuáles son sus auténticos intereses. Este proceso de maduración y aprendizaje nos hace sentir placer, y ello es la causa de que los moralistas sociales, de Platón a nuestros actuales puritanos de campus universitario, siempre hayan reprobado los valores estéticos. Sin duda, los placeres de la lectura son más egoístas que sociales. No se puede mejorar de forma directa la vida de nadie leyendo mejor o más profundamente. No puedo por menos que sentirme escéptico ante la tradicional esperanza de la sociedad, que da por sentado que el crecimiento de la imaginación individual ha de conllevar inevitablemente una mayor preocupación por los demás, y pongo en cuarentena toda argumentación que relacione los placeres de la lectura personal con el bien común.
Lo triste de la lectura que se realiza por motivos profesionales es que sólo raras veces se revive el placer de leer que se sintió en la juventud, cuando los libros eran un deleite hazlittiano. La manera en que leemos hoy depende en parte de nuestra distancia interior o exterior de las universidades, donde la lectura apenas se enseña como placer, en cualquiera de los sentidos profundos de la estética del placer. Abrirse a una confrontación directa con Shakespeare en sus momentos más contundentes, por ejemplo en El rey Lear, nunca es un placer fácil, ni en la juventud ni en la vejez, y, sin embargo, no leer El rey Lear plenamente (es decir, sin expectativas ideológicas) es ser objeto de fraude cognoscitivo y estético. La niñez pasada en gran medida mirando la televisión se proyecta en una adolescencia frente al ordenador, y la universidad recibe a un estudiante difícilmente capaz de acoger la sugerencia de que debemos soportar tanto el haber nacido como el tener que morir; es decir, de madurar. La lectura resulta incapaz de fortalecer su personalidad, que, por consiguiente, no madura. Esta situación sólo se puede solucionar recurriendo a alguna versión del elitismo y, por buenas o malas razones, en nuestra época esto es inaceptable. Todavía hay en todas partes, aun en las universidades, quienes practican la lectura personal, jóvenes y viejos. Si existe en nuestra época una función de la crítica, será la de dirigirse a esos lectores que leen por sí mismos y no por unos intereses que, supuestamente, trascienden la propia personalidad.
En la literatura como en la vida, el mérito está muy relacionado con lo idiosincrásico, con esas superfluidades que hacen que empiece a captarse el sentido de lo escrito. No es casual que los historicistas -críticos que creen que todos estamos inexorablemente condicionados por la historia de la sociedad- consideren que los personajes literarios son meros signos en una página. Si no pensamos por nosotros mismos, Hamlet ni siquiera será un caso clínico. Así pues, voy a enunciar el primer principio, a fin de renovar la manera en que leemos hoy, un principio que me apropio de Samuel Johnson: Límpiate la mente de tópicos. El diccionario nos dice que los tópicos o lugares comunes son fórmulas o clichés convertidos en esquemas formales o conceptuales. Dado que las universidades han potenciado expresiones como "sexo y sexualidad" o "multiculturalismo", la admonición de Johnson se convierte en: Límpiate la mente de tópicos pseudointelectuales. Una cultura universitaria en que la apreciación de la ropa interior de las mujeres victorianas sustituye a la apreciación de Charles Dickens y Robert Browning recuerda las vitriólicas sátiras de Nathanael West, pero no es más que la norma.Una consecuencia involuntaria de esa «poética cultural» es que no puede surgir un nuevo Nathanael West, pues semejante cultura universitaria no podría soportar la parodia. Los poemas de nuestra tradicción cultural han sido reemplazados por la ropa interior que cubre el cuerpo de nuestra cultura. Nuestros nuevos materialistas nos dicen que han cuperado el cuerpo para el historicismo y afirman obrar en nombre del principio de realidad. La vida de la mente será aniquilada por la muerte del cuerpo, pero para esto poco se necesitan los hurras de una secta pseudointelectual.
Límpiate la mente de tópicos conduce al segundo principio de renovación de la lectura: No trates de mejorar a tu vecino ni a tu ciudad con lo que lees ni por el modo en que lo lees. El fortalecimiento de la propia personalidad es ya un proyecto considerable para la mente y el espíritu de cada cual: no existe una ética de la lectura. Hasta que haya purgado su ignorancia primordial, la mente no debería salir de casa; las excursiones prematuras al activismo tienen su encanto, pero consumen tiempo, que forzosamente se restará a la lectura. El historicismo, tanto orientado al pasado como al presente, es una especie de idolatría, una devoción obsesiva a lo puramente temporal. Leamos, entonces, iluminados por esa luz interior que celebró John Milton y Emerson adoptó como principio de lectura. Principio que bien puede ser el tercero de los nuestros: El intelectual es una vela que iluminará la voluntad y los anhelos de todos los hombres. Olvidando tal vez la fuente, Wallace Stevens escribió maravillosas variaciones de esta metáfora; pero la frase emersoniana original articula con mayor claridad el tercer principio de la lectura. No hay por qué temer que la libertad que confiere el desarrollo como lector sea egoísta porque, si uno llega a ser un lector como es debido, la respuesta a su labor lo confirmará como iluminación de los demás. Cuando leo las cartas de desconocidos que he recibido en los últimos siete u ocho años, por lo general me conmuevo tanto que no puedo responderlas. Su páthos, para mí, radica en que a menudo dejan traslucir un ansia de estudios literarios canónicos que las universidades desdeñan satisfacer. Emerson dijo que la sociedad no puede prescindir de las mujeres y los hombres cultivados, y proféticamente agregó: «El hogar del escritor no es la universidad sino el pueblo». Se refería a los escritores grandes, a los hombres y mujeres representativos, es decir, que sirven de ejemplo y de modelo.
La función -olvidada en gran medida- de una educación universitaria quedó captada para siempre en «El intelectual americano», discurso en el que, acerca de los deberes del intelectual, Emerson dice: «Pueden considerarse parte de la confianza en uno mismo». Tomo de Emerson mi cuarto principio de la lectura: Para leer bien hay que ser un inventor. A la «lectura creativa», en el sentido de Emerson, la llamé en cierta ocasión «mala lectura», expresión que persuadió a mis oponentes de que padecía de dislexia voluntaria. La inanidad o la vaciedad que perciben cuando leen un poema sólo está en sus ojos. La confianza en sí mismo no es un don ni un atributo, sino una especie de segundo nacimiento de la mente, y no sobreviene sin años de lectura profunda. En estética no hay patrones absolutos. Si alguien desea sostener que el ascendiente de Shakespeare fue un producto del colonialismo, ¿quién se molestará en refutarlo? Al cabo de cuatro siglos Shakespeare nos impregna más que nunca; lo representarán en al estratosfera y en otros mundos, si llegamos hasta allí. No se trata de una conspiración de la cultura occidental; contiene todos los principios de la lectura y es mi piedra de toque a lo largo de este libro. Borges atribuyó el carácter universal de Shakespeare a su aparente falta de egoísmo, pero esta cualidad no es más que una metáfora para indicar que aquello que realmente distingue a Shakespeare, que es, en definitiva, una tremenda capacidad de comprensión. Con frecuencia, aunqueno siempre nos demos cuenta, leemos en busca de una mente más original que la nuestra.
Como la ideología, sobre todo en sus versiones más superficiales, es especialmente nociva para la capacidad de captar y apreciar la ironía, sugiero que nuestro quinto principio para la renovación de la lectura sea la recuperación de lo irónico. Pensemos en la inagotable ironía de Hamlet, que casi invariablemente cuando dice una cosa quiere decir otra, a menudo diametralmente opuesta. Pero, al enunciar el quinto principio –la postrada esperanza de recuperar la ironía–, me siento próximo a la desesperación, porque enseñar a alguien a ser irónico es tan difícil como instruirlo para que desarrolle plenamente su personalidad. Y, sin embargo, la pérdida de la ironía es la muerte de la lectura y de lo que nuestras naturalezas tienen de civilizado.
Anduve de tabla en tabla
con paso lento y prudente.
Sentía en derredor las estrellas,
en torno a mis pies el mar.
Sabía que quizá la siguiente
fuera la pisada final.
Y anduve con ese precario paso
que algunos llaman experiencia.
Mujeres y hombres pueden caminar de maneras diferentes, pero, a menos que nos disciplinen, todos tenemos un paso en cierto modo individual. Difícilmente puede comprenderse a Dickinson, maestra de lo sublime precario, si no se aprecia su ironía. Va andando por el único sendero disponible, «de tabla en tabla»; irónicamente, no obstante, la lenta cautela se yuxtapone a un titanismo que le hace que siente «en derredor las estrellas», aunque tenga los pies casi en el mar. El hecho de ignorar si el paso siguiente será la «la pisada final» le confiere ese «precario paso» al que no da nombre, aunque «algunos lo llaman experiencia». Dickinson había leído "Experiencia", el ensayo de Emerson -una pieza culminante, muy al modo en que «De la experiencia» lo fuera para Montaigne, su maestro- y su ironía es una respuesta amable al planteamiento inicial de Emerson: «¿Dónde nos encontramos? En una serie de acontecimientos cuyos extremos desconocemos y que, según creemos, no los tiene». Para Dickinson el extremo es ignorar si el paso siguiente será la pisada final. «¡Si alguno de nosotros supiera qué estamos haciendo, o hacia dónde vamos, sería mejor que no nos lo dijera!» La consiguiente imagen poética de Emerson difiere de la de Dickinson en temperamento o, como dice ella, en la manera de asumirla. En el dominio de la experiencia de Emerson «todas las cosas se difimunan y destellan», y su ironía genial es muy diferente de la ironía de la precariedad de Dickinson. Con todo, los dos son sinceros, y en los efectos rivales de sus respectivas ironías ambos perviven.
Al final del sendero de la ironía perdida hay una pisada final, más allá de la cual el valor literario será irrecuperable. La ironía es sólo una metáfora, y es difícil que la de una edad literaria lo sea también de otra; no obstante, sin un renacimiento del sentido irónico no sólo se habrá perdido lo que llamamos «literatura de invención» sino bastante más. Ya parece haberse perdido Thomas Mann, el más irónico de los grandes escritores del siglo XX. Se han publicado nuevas biografías suyas preocupadas, sobre todo, por probar su supuesta homosexualidad, como si la única forma de demostrar que aún tiene cierto interés para nosotros fuera certificar su condición de gay y darle así un lugar en los planes de estudios universitarios. De hecho, es lo mismo que estudiar a Shakespeare fundamentalmente por su supuesta bisexualidad; los caprichos del contrapuritanismo vigente se diría que no tienen límite. Aunque las ironías de Shakespeare, como cabe esperar de él, son las más amplias y dialécticas de la literatura occidental, no siempre nos transmiten las pasiones de sus personajes a causa de la vastedad e intensidad de sus registros emocionales. Por consiguiente, sobrevivirá a nuestra época: perderemos sus ironías, pero nos quedará el resto de su obra. Sin embargo, en el caso de Thomas Mann todas las emociones, narrativas o dramáticas, nos son transmitidas mediante un irónico esteticismo; de ahí que dar una clase sobre La muerte en Venecia o Unordnung und frühes Leid a la mayor parte de los estudiantes de nuestras universidades, incluso a los más dotados, sea una tarea casi imposible. Cuando los autores son dejados en el olvido por la historia, decimos acertadamente que sus obras son «propias de su época», pero creo que nos encontramos ante un fenómeno muy diferente cuando la causa de que hayan sido olvidados es la ideología historicista.
La ironía exige una amplia dosis de atención y la capacidad de albergar mentalmente en un momento dado doctrinas antitéticas, o que incluso choquen entre sí. Si la lectura es despojada de la ironía, pierde inmediatamente su carácter disciplinar y su capacidad de sorprender. Pregúntate qué es aquello que sientes próximo a ti, aquello que puedes usar para sopesar y meditar, y lo más probable es que te respondas: la ironía, incluso si muchos de tus maestros no saben qué es ni dónde encontrarla. La ironía limpiará tu mente de los tópicos pseudointelectuales de los ideólogos y te ayudará a ser un intelectual que ilumine a los demás como una vela.
Cuando uno ronda los setenta, le apetece tan poco leer mal como vivir mal, porque el tiempo transcurre implacable. No sé si Dios o la naturaleza tienen derecho a exigir nuestra muerte, aunque es ley de vida que llegue nuestra hora, pero estoy seguro de que nada ni nadie, cualquiera que sea el colectivo que pretenda representar o intente promocionar, puede exigir de nosotros la mediocridad.
Como durante medio siglo mi lector ideal ha sido Samuel Johnson, reproduzco mi pasaje favorito del prefacio con que encabecé su edición de las obras teatrales de Shakespeare:
Éste es, pues, el mérito de Shakespeare: que sus dramas son el espejo de la vida; que aquel cuya mente ha quedado enmarañada siguiendo a los fantasmas alzados ante él por otros escritores pueda curarse de sus éxtasis delirantes leyendo sentimientos humanos en lenguaje humano, mediante escenas que permitirían a un ermitaño formarse una opinión de los asuntos del mundo y a un confesor predecir el curso de las pasiones.
Para leer sentimientos humanos en lenguaje humano hay que ser capaz de leer humanamente, con todo el ser. Tengamos las convicciones que tengamos, somos algo más que una ideología; y Shakespeare tanto más nos habla cuanto mayor es la parte de nosotros que somos capaces de llevar hasta él. En otras palabras: Shakespeare nos lee mejor de lo que podemos leerlo, aun después de habernos limpiado la mente de tópicos. No ha habido antes ni después de él otro escritor con semejante dominio de la perspectiva, ni que desborde tanto cualquier contextualización que se imponga a sus obras. Johnson, que percibió esto de modo admirable, nos exhorta a permitir que Shakespeare nos cure de nuestros «éxtasis delirantes». Permítaseme ir más allá de Johnson y hacer hincapié en que debemos reconocer los fantasmas que exorcizará la lectura profunda de Shakespeare. Uno de ellos es la muerte del autor; otro es el aserto de que tener personalidad propia es una ficción; otro más, la opinión de que los personajes literarios y dramáticos son signos en una página. Un cuarto fantasma, y el más pernicioso, es que el lenguaje piensa por nosotros.
En cualquier caso, al fin el amor por Johnson y por la lectura me aparta de la polémica para llevarme a la alabanza de las muchas personas capaces de leer de forma personal con las que me voy encontrando, tanto en el aula como en los mensajes que recibo. Leemos a Shakespeare, Dante, Chaucer, Cervantes, Dickens y demás escritores de su categoría porque la vida que describen es de tamaño mayor que el natural. En términos pragmáticos, se han convertido en la verdadera bendición, entendida en el más puro sentido judío de «vida más plena en un tiempo sin límites». Leemos de manera personal por razones variadas, la mayoría de ellas familiares: porque no podemos conocer a fondo a toda la gente que quisiéramos; porque necesitamos conocernos mejor; porque sentimos necesidad de conocer cómo somos, cómo son los demás y cómo son las cosas.
Sin embargo, el motivo más fuerte y auténtico para la lectura personal del tan maltratado canon es la búsqueda de un placer difícil. Yo no patrocino precisamente una erótica de la lectura, y pienso que «dificultad placentera» es una definición plausible de lo sublime; pero depende de cada lector el que encuentre un placer todavía mayor. Hay una versión de lo sublime para cada lector, la cual es, en mi opinión, la única trascendencia que nos es posible alcanzar en esta vida, si se exceptúa la trascendencia todavía más precaria de lo que llamamos «enamorarse». Hago un llamamiento a que descubramos aquello que nos es realmente cercano y podemos utilizar para sopesar y reflexionar.
A leer profundamente, ni para creer, ni para contradecir, sino para aprender a participar de esa naturaleza única que escribe y lee. A limpiarnos la mente de tópicos, no importa qué idealismo afirmen representar. Sólo se puede leer para iluminarse uno mismo: no es posible encender una vela que dé luz a alguien más.
FENÓMENO | UN CUENTO POLÉMICO El año en que alicia volverá al país de las maravillas
http://www.elmundo.es/suplementos/magazine/2009/536/1262084576.html
Mucho antes de su estreno, el próximo marzo, la película de Tim Burton basada en la obra de Lewis Carroll ha creado tanta expectación –más de un millón de visionados de su trailer en Youtube tan sólo en su primera semana de exhibición– que ya es el fenómeno cinematográfico del año. Además de analizarlo, Magazine ha realizado su propia versión del cuento con un reparto encabezado por la joven actriz Ana de Armas.
Por Maribel González. Fotografías de Álvaro Villarrubia
De un lado, quienes en su más tierna#infancia dejaron volar su imaginación corriendo detrás de un Conejo Blanco y quedaron para siempre prendados de aquel maravilloso país en el que se aventuraba una niña llamada Alicia. De otro, quienes no leen la historia como un cuento para niños, sino como una ácida crítica de la sociedad de la que un adulto puede extraer profundas conclusiones. Y tratando de acercar ambas posturas, el aclamado director de cine norteamericano Tim Burton, quien pretende conseguir el aplauso unánime con su versión para todos los públicos de Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, el clásico de la literatura infantil escrito por el inglés Lewis Carroll en 1865.
A pesar de que aún faltan tres meses para el estreno de la cinta -que llegará a las salas españolas el 5 de marzo-, la nueva entrega de Burton ya se ha convertido en un fenómeno de masas, especialmente en Internet (el trailer, que se estrenó a mediados de diciembre, tuvo más de un millón de visionados en Youtube en su primera semana). Se ha desatado una especie de aliciamanía y a su fértil sombra florecen por doquier las revisiones del cuento.
Desde relanzamientos editoriales hasta nuevas series de televisión, pasando por videojuegos. Magazine también ha querido hacer su particular adaptación de Alicia, realizada por el fotógrafo Álvaro Villarrubia con la colaboración especial de ocho rostros muy populares del mundo de la cultura y el cine. Un reparto de lujo.
Igualmente de lujo es el plantel reunido por Tim Burton para su versión de Alicia. Por supuesto, interpretando el papel de Sombrerero Loco estará Johnny Depp, uno de los actores fetiche de Burton tras protagonizar cinco de sus más aclamadas películas -Eduardo Manostijeras (1990), Ed Wood (1994), Sleepy Hollow (1999), Charlie y la fábrica de chocolate (2005) y Sweeney Todd: el barbero diabólico de la calle Fleet (2007)-. Además, Helena Bonham Carter, la pareja sentimental del director, actuará como la Reina Roja; Mia Wasikowska, una actriz australiana no demasiado conocida hasta ahora, será Alicia; Anne Hathaway (El diablo viste de Prada) participará como la Reina Blanca y Christopher Lee se convertirá en Jabberwock.
Un estreno esperado. Pero más que el elenco de actores, es la propia dirección del cineasta la que está despertando tanta expectación en la antesala del estreno. Admirado por ser uno de los directores más imaginativos de Hollywood, muchos consideran que es el realizador ideal para llevar a la gran pantalla una de las historias más fantasiosas jamás escritas. "En primer lugar, es uno de los más imaginativos y menos convencionales del panorama mundial y, en segundo, casi todas sus películas tienen un aspecto excéntrico y extraño que se acerca mucho a la imagen que todos podemos formarnos del País de las Maravillas. En definitiva, creo que es el cineasta con un punto de vista más próximo a la personalidad de Carroll", asegura Eduardo Torres-Dulce, fiscal del Tribunal Supremo y crítico de cine.
Grabada en 3D y en un formato apto para ser distribuida en salas IMAX (que permiten proyecciones inmersivas por su mayor tamaño y definición), en esta adaptación, producida por Disney Studios, Burton ha utilizado una técnica que digitaliza a los actores, incluidas sus voces, y convierte sus interpretaciones reales en imágenes generadas por ordenador (de este modo, por ejemplo, ha podido exagerar notablemente la cabeza de su novia Bonham Carter, que ha sido aumentada hasta triplicar su tamaño). Planos espectaculares, mezcla de animación y realidad y una cuidadísima escenografía son las otras armas con las que cuenta Burton para dejar a los espectadores pegados a sus asientos.
Y poco más se sabe. Porque los detalles de la película se han ido desvelando con cuentagotas y, tanto en su rodaje como en la fase de postproducción, se ha impuesto un férreo hermetismo. Álvaro Curiel, director de Marketing de Walt Disney Studios Motion Pictures Spain, lo reconoce con sinceridad: "Poco sabemos de cómo se ha desarrollado el proyecto, lo que está claro es que Tim Burton se perfiló desde el principio como la persona que mejor podía realizar la segunda Alicia de Disney (la primera se hizo en 1951)".
En cualquier caso, gracias a lo adelantado en el trailer, así como en los retratos de los principales personajes y en los carteles oficiales que se han publicado en la Red, cabe imaginar un resultado de gran belleza visual y con una apariencia quizá más colorida de lo que suele ser habitual en las obras de Burton. En cualquier caso, cien por cien estética burtoniana. "En lo que hemos visto, se aprecia claramente el estilo de este cineasta que parece querer romper con la iconografía que los ilustradores más clásicos de este libro, como John Tenniel, fijaron en el imaginario colectivo de toda una generación", asegura Torres-Dulce.
Por lo demás, la versión que se estrenará en marzo no sólo es una vuelta de tuerca a la obra literaria o al clásico de animación creado por la factoría Disney en los 50. Y tampoco se parece en nada a las numerosas versiones cinematográficas que se han realizado (la primera, estrenada en 1933, con Gary Cooper y Cary Grant en el reparto). Burton, que ha confesado que no le ha gustado ninguna adaptación de las realizadas hasta ahora, trasciende el relato original para imaginar cómo sería una hipotética tercera parte del cuento escrito por Lewis Carroll. En su historia Alicia es una chica de 19 años que vuelve a caer en el País de las Maravillas para escapar de una proposición de matrimonio. Allí se encuentra con todos los extravagantes personajes que conoció en su primera aventura y se enfrenta al reto de liberarlos de la opresión de la malvada Reina Roja.
Las otras Alicias. Coincidiendo con el interés general que ha despertado el nuevo proyecto del director californiano, dos nuevas reediciones del clásico han llegado a las librerías españolas con intención de sacar partido a la parte del pastel que les toque. "El hecho de que haya un resurgir de este texto está muy condicionado por el próximo estreno de la película de Tim Burton. Es evidente que cuando se adapta un libro a la gran pantalla renace el interés por la obra original, y dado que nuestra edición de Alicia estaba agotada, hemos creído que era buen momento para recuperarla", explica Pablo Cruz, editor de Anaya Infantil y Juvenil, que acaba de lanzar una edición ilustrada para niños.
Igualmente sincero es Diego Moreno, editor de Nórdica Libros, que en noviembre presentó un cuidado volumen con ilustraciones de Marta Gómez-Pintado: "Alicia, como todos los clásicos, siempre está de moda, pero hace falta algo diferente para animar a quienes no han leído el libro a que se acerquen a él, como una adaptación cinematográfica o una versión ilustrada. Nosotros empezamos a trabajar en ella hace dos años y cuando nos enteramos de que Tim Burton estaba rodando, decidimos que debíamos publicar antes para que los lectores no se contaminasen con el planteamiento estético de la cinta. Ahora bien, es indudable que la película nos ha ayudado mucho con la promoción".
En cualquier caso, ambos editores están convencidos de que el poder de Alicia va mucho más allá del universo Disney-Burton: "Ya sea en forma de libro o película, esta obra se ha convertido en un símbolo más de nuestra cultura. Sólo hay que fijarse en la mítica frase: '¡Qué le corten la cabeza!', que ha sido utilizada una y otra vez tanto en el discurso coloquial como en el artístico", comenta Cruz.
Un sondeo informal previo a la realización de este reportaje, dejó clara una circunstancia: Alicia gusta o disgusta, sin términos medios. Pero puesto a valorar cuál de las dos posiciones cuenta con más partidarios, el editor se decanta claramente por la primera opción: "Si te soy sincero, conozco a poca gente a quien no le guste este libro. No sé si el exceso de juegos de palabras, de lógica y de chistes absurdos puede echar para atrás a ciertos lectores, pero creo que son más los defensores del clásico. Eso sí, espero que la gente no le coja manía por oír hablar de él en todos lados...", concluye Cruz.
aluvión de novedades. No le falta razón al advertirlo, porque a la película y las reediciones, hay que añadir otras secuelas del best seller. Como Alice, una miniserie de la distribuidora americana RHI cuyos derechos ha adquirido Telecinco para emitirla en los próximos meses. La versión, protagonizada por una Alicia veinteañera, hace una interpretación libre y moderna del clásico que poco tiene que ver con su iconografía tradicional y que se dirige al público adolescente.
Por otro lado, la editorial Lunwerg hará coincidir el estreno burtoniano con el lanzamiento de un libro de su colección Photopoche dedicado a Lewis Carroll. Aunque muchos no lo sepan, el escritor está considerado como uno de los retratistas mas notables de la época victoriana. Durante 25 años, realizó más de 3.000 fotografías, entre las cuales destacan los retratos de Alice Liddell, la niña que inspiró a la protagonista de su célebre novela. Lewis Carroll en el país de los números es otra novedad editorial lanzada por Turner para analizar las adivinanzas, rompecabezas y juegos contenidos en Alicia.
Y a todo ello, hay que añadir el arsenal de mechandising con el que Disney apoyará uno de sus proyectos más esperados: "Disney Interactive Studios está preparando un videojuego con versiones para Wii, Nintendo y PC. Además, habrá apoyo con productos textiles, de papelería... Y el 27 y 28 de febrero, una semana antes del estreno, llegará a Ifema (Madrid) El tour de Alicia, una exposición que ya ha recorrido varios países donde se podrán ver piezas originales utilizadas en la película, como el sombrero diseñado por Johnny Depp para su personaje", adelanta Álvaro Curiel. Y llegarán los musicales, y las representaciones para niños, y las promociones en las cajas de galletas… En fin, que la máquina de Alicia sólo acaba de empezar a rodar.
Para todos los públicos. Queda por ver si tal cantidad de contenidos consigue acabar de una vez por todas con una polémica que rodea al libro: se trata de una historia infantil o, por el contrario, es un texto poco recomendable para menores como ha declarado la psicóloga Alejandra Vallejo-Nágera: "No es un libro infantil. Tiene muchas connotaciones políticas".
Los editores consultados defienden una y otra postura. Pablo Cruz sostiene que "si hay un libro infantil, en el sentido más estricto de la palabra, ése es Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, ya que Carroll lo escribió a petición de una niña, Alice Liddell. Muchas de las referencias, juegos y guiños que contiene no son accesibles en su totalidad para un lector infantil, pero éste, sin embargo, disfruta como nadie con una lectura más centrada en las aventuras que vive su protagonista en ese mundo subterráneo de enloquecidos e imprevisibles personajes".
Por su parte, Diego Moreno cree que "no es un libro infantil y por eso nosotros apostamos por una edición ilustrada para adultos. Tampoco queríamos hacer algo que no pudiese leer un joven o un niño, pero lo que teníamos claro es que queríamos huir de la primera versión de Disney, pues creo que esa imagen está muy alejada de la Alicia de Carroll. En mi opinión, no hay que infantilizar necesariamente un texto con ilustraciones coloristas si éste no lo requiere". Por alusiones, Marta Gómez-Pintado, que ha ilustrado en una gama cromática de grises, pasteles y crudos esta versión más madura de Alicia, señala: "Es un libro con muchas lecturas, como yo misma he podido comprobar tras releerlo. Ahora sé que sólo se puede llegar a tener una comprensión profunda del texto cuando se analiza con ojos de adulto. Lo que no sé es si yo sería la misma si este libro no hubiera caído en mis manos cuando era una niña".
Para mayores o para pequeños, lo que es indiscutible es que buena parte del encanto de esta obra reside precisamente en que, casi un siglo y medio después de que fuera escrita, sigue estando vigente, generando debate y encontrando nuevos seguidores. Y a todo ello pretende contribuir Tim Burton, quien ha adelantado: "El resultado final de mi adaptación de Alicia tendrá la pinta de una gran fiesta de Halloween, algo que me garantiza que funcionará con todas las edades".
+ En la página web www.imdb.com/title/tt1014759/ y en http://home.disney.es
CARROLL Y EL SIGNIFICADO DE SU OBRA
Charles Lutwidge #Dodgson (1832-1898) ha pasado a la Historia gracias a su talento como escritor y protegido tras un seudónimo, Lewis Carroll, con el que firmó Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas (1865) y su segunda parte, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1871). De talante tímido y reservado, además de un gran literato, Carroll fue un reputado matemático, un sesudo amante de los problemas de lógica y un prolijo fotógrafo. Sin embargo, no supo sacar todo el provecho a sus numerosos talentos pues, atormentado por ciertas limitaciones físicas que padecía –tartamudez, pérdida auditiva, zurdera–, nunca se encontró a gusto en el mundo de los adultos. En cambio, entre los niños y, en especial, entre las niñas –afinidad que algunos expertos no han considerado del todo natural–, el escritor inglés, diácono de la iglesia anglicana, hallaba el sosiego que necesitaba su espíritu. Precisa#mente, su famosa historia nació durante una excursión en barca por el Támesis que Carroll compartió con las tres hermanas Liddell. Alicia, una de ellas, fue la musa que le inspiró, como confiesa el autor en el prefacio de su obra: “Para ti es este cuento, para ti, querida Alicia, guárdalo junto a tus sueños entre otras flores marchitas [...]”.
Carroll, que sin duda añoraba su infancia perdida, creó un mundo fantasioso poblado por animales humanizados y personajes extravagantes que representan a la sociedad victoriana, según la interpretación clásica del cuento. Por ejemplo, el Conejo Blanco, primer personaje que conoce Alicia, podría ser cualquier caballero victoriano (viste de manera impecable, está estresado por la falta de tiempo...); en cambio, la oruga, sentada tranquilamente sobre un hongo fumando su pipa –tal vez de opio, muy de moda en la época–, simboliza a esos adultos que afrontan la vida de forma pasiva. Frente a la locura de los mayores, Alicia conserva una inocencia que le permite denunciar el sinsentido del mundo adulto.
La entrada de Alicia en ese mundo adulto a través de la ensoñación, simbolizaría, según una lectura freudiana, el momento en que los niños pierden su inocencia al incorporarse a la vida adulta (cuando la niña aumenta de tamaño dentro de la casa del Conejo, se siente angustiada y, al volver a su tamaño y escapar del mundo de los mayores, experimenta una liberación). En ese entorno, gobernado por las convenciones, se encuentra ante constantes paradojas sobre cómo actuar.
Cuando despierta, Alicia no es la misma: “El alma de Alicia, ahora en el País de las Maravillas, está revolucionada. Realmente Alicia ha cambiado en el sueño y se permite cosas que no son tan infantiles”, señala el escritor Carlos Dimeo, autor del ensayo Los rostros de los niños.
Se ha querido ver en la obra de Carroll la inspiración de otras como Finnegan’s Wake, de James Joyce. En tiempos recientes, productos de éxito como Perdidos son declarados deudores de Alicia.
domingo, 6 de junio de 2010
TIEMPO DE MORIR CLARICE LISPECTOR
Sólo pido una cosa: en el momento de morir yo querría tener a una persona amada por mí a mi lado para que me sostenga la mano.
Entonces no tendré miedo, y estaré acompañada al atravesar el gran pasaje.
Yo querría que hubiera reencarnación: que yo renaciera después de muerta y diera mi alma viva a una persona nueva. Me gustaría, sin embargo, un aviso.
Si es verdad que existe una reencarnación, la vida que ahora tengo no es
propiamente mía: un alma le fue dada a este cuerpo.
Quiero renacer siempre. Y en la próxima reencarnación
voy a leer mis libros como una lectora común e interesada
y no sabré que en esta reencarnación
fui yo quien los escribió.
http://es.wikipedia.org/wiki/Clarice_Lispector
Entonces no tendré miedo, y estaré acompañada al atravesar el gran pasaje.
Yo querría que hubiera reencarnación: que yo renaciera después de muerta y diera mi alma viva a una persona nueva. Me gustaría, sin embargo, un aviso.
Si es verdad que existe una reencarnación, la vida que ahora tengo no es
propiamente mía: un alma le fue dada a este cuerpo.
Quiero renacer siempre. Y en la próxima reencarnación
voy a leer mis libros como una lectora común e interesada
y no sabré que en esta reencarnación
fui yo quien los escribió.
http://es.wikipedia.org/wiki/Clarice_Lispector
lunes, 31 de mayo de 2010
domingo, 18 de abril de 2010
El reino de los hielos
http://www.palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz1.php&wid=2731&p=Santos%20Dom%EDnguez%20Ramos&t=El%20reino%20de%20los%20hielos&o=Santos%20Dom%EDnguez%20Ramos
Soy el guardián del hielo.
(José Watanabe)
Lo he visto algunas tardes de diciembre con nieve,
confundido en las hojas caídas de los chopos
y en la emboscada blanca de la niebla en el río.
Lo he visto en la mirada redonda de los peces,
en el hueco que deja el vuelo de los pájaros
y en las nubes de fuego que disipó un mal viento.
Lo he visto cuando suena la campana en la espiga
y llueve sobre el mar la luz azul de mayo.
Donde gimen su duelo las hondas caracolas
y en un bosque de alisos que atraviesa un arroyo,
en la convalecencia quebrada de las rosas,
allí, en la antigua patria de la infancia, lo he visto.
Sobre su mansedumbre late lenta la noche,
negra y respiratoria.
Suya es la condición fugaz de la mirada,
suyo el viento, la herida, los desmoronamientos,
la luz deshabitada de los amaneceres.
Lo he visto mientras flotan
espacio y tiempo y nadie
en el insomnio amargo del ausente,
mientras arde en el mar oscuro del invierno
la llama azul del frío o la memoria.
Lo he visto en donde el mar devuelve sus ahogados,
donde invade el salitre una llaga de sombra
y la sal quema el aire con una llama blanca.
Por senderos con hielo y desventura
donde ha encendido el frío
sus lámparas de escarcha
y un vuelo de palomas en huida
escapa al sigiloso acecho de la noche
con su cuchillo oscuro de sombras sucesivas.
El viento estrecho y largo
que en penumbra clausura el trámite del día
pone tras las fronteras visibles de la tarde
un sello de estupor y una luz de gangrena.
Se para en el contorno
de un pájaro en silencio y un viento ya en reposo.
Ávida flecha aguda de viaje hacia la nieve.
El mundo es ya una llaga
que aúlla en el corazón negro de la bahía.
Lo he visto algunas tardes en un lugar salvaje
o en un jardín de hielo donde arde la memoria
y estalla la blancura lunar de los almendros.
Donde inventa la llama
el hiato sorprendido de la vida,
va de la lengua al ojo
y mide el territorio, la línea de frontera,
como un agrimensor la dimensión del miedo,
la extensión del vacío.
Cuando enero es un lento
destilado de escarcha en la tiniebla sorda,
sólo el viento habla fuera y apaga las antorchas,
frías tras las montañas azules del invierno.
Ya el lugar habitable de la ausencia
que presta con usura el dios del tiempo,
es una herida extensa que no restaña el día,
la incandescencia tenue
que el sol pone en invierno sobre las azoteas
y en el pulso abolido del paisaje.
Hay una luz de eclipse sobre el mundo,
la imprecisa torpeza con que nos hiere incierto
el arquero del tiempo,
esa inhábil ceguera de arquitecto de escombros
que despliega el recuerdo.
Lo he visto y me ha mirado.
Me está esperando un día de París y aguacero,
un jueves con Vallejo y niebla desolada.
Un día agazapado que yo ya no recuerdo,
un jueves que me mira
desde el reino incontable de los hielos.
De: Para explicar la nieve
Premio Ángaro de Poesía, 2009
SANTOS DOMÍNGUEZ RAMOS
Copyright © Derechos reservados del titular.
domingo, 14 de marzo de 2010
"Carta de un león a otro"
http://www.youtube.com/watch?v=ZUbJ6QhsttE
Carta de un león a otro
(Chico Novarro)
Perdón hermano mío si te digo
que ganas de escribirte no he tenido,
no sé si es el encierro,
no sé si es la comida
o el tiempo que ya llevo en esta vida.
Lo cierto es que el zoológico deprime
y el mal no se redime sin cariño,
si no es por esos niños
que acercan su alegría
sería más amargo todavía.
A ti te irá mejor, espero,
viajando por el mundo entero,
aunque el domador, según me cuentas,
te obligue a trabajar más de la cuenta.
Tu tienes que entender, hermano,
que el alma tiene de villano,
al no poder matar a quien quisiera
descarga su poder sobre las fieras.
Muchos humanos son importantes,
silla mediante, látigo en mano.
Pero volviendo a mí, nada ha cambiado,
aquí, desde que fuimos separados,
hay algo, sin embargo,
que noto entre la gente,
parece que miraran diferente.
Sus ojos han perdido algún destello,
como si fueran ellos los cautivos,
yo sé lo que te digo,
apuesta lo que quieras
que afuera tienen miles de problemas.
Caímos en la selva, hermano,
y mira en qué piadosas manos,
su aire está viciado de humo y muerte
y quién anticipar puede su suerte
Volver a la naturaleza
sería su mayor riqueza,
allí podrán amarse libremente
y no hay ningún zoológico de gente.
Cuídate, hermano, yo no sé cuándo,
pero ese día viene llegando.
viernes, 12 de marzo de 2010
La inteligencia es el nuevo negro Londres abre la Escuela de la Vida y se afianza el placer de cultivar la mente
PATRICIA TUBELLA - Londres - 07/02/2010
Aprender, debatir ideas, reflexionar se afianzan como la nueva tendencia de moda entre las clases urbanitas de un Londres que ha vivido mejores tiempos económicos. Aunque la curiosidad intelectual no sea afortunadamente patrimonio de épocas, sí se presenta en pleno clima de recesión como el mejor antídoto frente al frenesí consumista que tuvo su pico en los noventa.
Aprender, debatir ideas, reflexionar -en suma, cultivar la mente- se afianzan como la nueva tendencia de moda entre las clases urbanitas de un Londres que ha vivido mejores tiempos económicos. Aunque la curiosidad intelectual no sea afortunadamente patrimonio de épocas, sí se presenta en pleno clima de recesión como el mejor antídoto frente al frenesí consumista que tuvo su pico en los noventa para acabar estrellándose contra las incertidumbres del nuevo siglo. "Antes trabajaba y socializaba, pero no me paraba a pensar. Cuando me cansé de consumir productos y servicios, empecé a consumir experiencias", explica Michelle, una asesora financiera de 32 años, sobre su decisión de apuntarse a la Escuela de la Vida (The School of Life) con el objetivo de expandir sus horizontes sin que el talonario fuera el requisito indispensable.
Ubicado en el barrio literario de Bloomsbury, el centro está orientado a mejorar la calidad de vida de sus alumnos, la mayoría profesionales urbanos entre los 20 y los 40 años, a ayudarles a buscar un enfoque más constructivo de su existencia y a afrontar cuestiones tanto tiempo aparcadas, como la insatisfacción laboral o los retos que entrañan las relaciones personales o la vida familiar. Y, sobre todo, a poner a trabajar el intelecto con vistas a la propia recreación.
Lecciones y conferencias sobre literatura, arte o filosofía, a cargo de figuras destacadas en esos campos, sazonan el menú que oferta esta suerte de escuela-librería: cursos de seis semanas sobre materias diversas, sesiones dominicales en las que se charla sobre la humildad, la envidia, el riesgo o el adulterio y salidas en grupo a restaurantes para perfilar el arte de la conversación inteligente.
Quienes han bautizado la iniciativa con la expresión anglosajona the new black, algo así como el nuevo chic, se refieren al éxito de convocatoria desde que la Escuela de la Vida se estrenara dos años atrás. De hecho, abría sus puertas el mismo día en que se confirmaba el colapso financiero del banco inversor Lehman Brothers al otro lado del Atlántico, un augurio de la negra etapa financiera que estaba por venir y de su profundo impacto social.
Los estudios psicológicos insisten ahora más que nunca en que dedicar parte de nuestro tiempo al mero placer de pensar en ideas o propósitos es esencial para llevar una vida feliz. Algunos detectan un cierto hartazgo en el afán compulsivo de comprar, aunque, para el grueso de los mortales, simplemente éste ya no está al alcance del bolsillo.
La atípica escuela londinense propone encarar nuestra vida de una forma diferente y a buscar la verdadera sustancia, en una sociedad obsesionada con la cultura del famoseo y con el placer efímero de, por ejemplo, adquirir el último bolso de moda que cotiza a precios astronómicos.
Previo desembolso de una media de 195 libras (es decir, unos 223 euros por un curso de mes y medio de duración), los estudiantes se emplean a fondo en el debate sobre las ansiedades que provoca la vida moderna -el trabajo y el amor son los temas más recurrentes- o se dejan asesorar sobre las mejores lecturas y exposiciones de la actual oferta cultural. "La Escuela de la Vida está abierta a todos aquellos que buscan la aventura intelectual y personal", reza uno de los lemas de este centro fraguado por Sophie Howard, antigua responsable de exposiciones en la Tate Modern que ha contado con el apoyo de nombres de las letras, de las artes visuales, de polemistas y firmas del periodismo.
Que millones de personas sigan online los debates sobre el mundo de hoy que proponen grupos como el estadounidense TED, en un arco más modesto, o el británico Intelligence2, vienen a confirmar esa tendencia en boga. "¿Necesitas engrasar tu faceta intelectual? Apúntate al Book Slam", reza también la promoción de uno de los clubes más solicitados de la noche londinense. En este local las actuaciones musicales se simultanean sobre el escenario con la participación de novelistas tan populares como Nick Hornby, Monica Ali o Irving Welsh. El conocimiento, en definitiva, es ahora el poder.
Aprender, debatir ideas, reflexionar se afianzan como la nueva tendencia de moda entre las clases urbanitas de un Londres que ha vivido mejores tiempos económicos. Aunque la curiosidad intelectual no sea afortunadamente patrimonio de épocas, sí se presenta en pleno clima de recesión como el mejor antídoto frente al frenesí consumista que tuvo su pico en los noventa.
Aprender, debatir ideas, reflexionar -en suma, cultivar la mente- se afianzan como la nueva tendencia de moda entre las clases urbanitas de un Londres que ha vivido mejores tiempos económicos. Aunque la curiosidad intelectual no sea afortunadamente patrimonio de épocas, sí se presenta en pleno clima de recesión como el mejor antídoto frente al frenesí consumista que tuvo su pico en los noventa para acabar estrellándose contra las incertidumbres del nuevo siglo. "Antes trabajaba y socializaba, pero no me paraba a pensar. Cuando me cansé de consumir productos y servicios, empecé a consumir experiencias", explica Michelle, una asesora financiera de 32 años, sobre su decisión de apuntarse a la Escuela de la Vida (The School of Life) con el objetivo de expandir sus horizontes sin que el talonario fuera el requisito indispensable.
Ubicado en el barrio literario de Bloomsbury, el centro está orientado a mejorar la calidad de vida de sus alumnos, la mayoría profesionales urbanos entre los 20 y los 40 años, a ayudarles a buscar un enfoque más constructivo de su existencia y a afrontar cuestiones tanto tiempo aparcadas, como la insatisfacción laboral o los retos que entrañan las relaciones personales o la vida familiar. Y, sobre todo, a poner a trabajar el intelecto con vistas a la propia recreación.
Lecciones y conferencias sobre literatura, arte o filosofía, a cargo de figuras destacadas en esos campos, sazonan el menú que oferta esta suerte de escuela-librería: cursos de seis semanas sobre materias diversas, sesiones dominicales en las que se charla sobre la humildad, la envidia, el riesgo o el adulterio y salidas en grupo a restaurantes para perfilar el arte de la conversación inteligente.
Quienes han bautizado la iniciativa con la expresión anglosajona the new black, algo así como el nuevo chic, se refieren al éxito de convocatoria desde que la Escuela de la Vida se estrenara dos años atrás. De hecho, abría sus puertas el mismo día en que se confirmaba el colapso financiero del banco inversor Lehman Brothers al otro lado del Atlántico, un augurio de la negra etapa financiera que estaba por venir y de su profundo impacto social.
Los estudios psicológicos insisten ahora más que nunca en que dedicar parte de nuestro tiempo al mero placer de pensar en ideas o propósitos es esencial para llevar una vida feliz. Algunos detectan un cierto hartazgo en el afán compulsivo de comprar, aunque, para el grueso de los mortales, simplemente éste ya no está al alcance del bolsillo.
La atípica escuela londinense propone encarar nuestra vida de una forma diferente y a buscar la verdadera sustancia, en una sociedad obsesionada con la cultura del famoseo y con el placer efímero de, por ejemplo, adquirir el último bolso de moda que cotiza a precios astronómicos.
Previo desembolso de una media de 195 libras (es decir, unos 223 euros por un curso de mes y medio de duración), los estudiantes se emplean a fondo en el debate sobre las ansiedades que provoca la vida moderna -el trabajo y el amor son los temas más recurrentes- o se dejan asesorar sobre las mejores lecturas y exposiciones de la actual oferta cultural. "La Escuela de la Vida está abierta a todos aquellos que buscan la aventura intelectual y personal", reza uno de los lemas de este centro fraguado por Sophie Howard, antigua responsable de exposiciones en la Tate Modern que ha contado con el apoyo de nombres de las letras, de las artes visuales, de polemistas y firmas del periodismo.
Que millones de personas sigan online los debates sobre el mundo de hoy que proponen grupos como el estadounidense TED, en un arco más modesto, o el británico Intelligence2, vienen a confirmar esa tendencia en boga. "¿Necesitas engrasar tu faceta intelectual? Apúntate al Book Slam", reza también la promoción de uno de los clubes más solicitados de la noche londinense. En este local las actuaciones musicales se simultanean sobre el escenario con la participación de novelistas tan populares como Nick Hornby, Monica Ali o Irving Welsh. El conocimiento, en definitiva, es ahora el poder.
miércoles, 3 de marzo de 2010
Emilio Lledó "Entender da mucha marcha"
ENTREVISTA
JUAN CRUZ 11/11/2007
Emilio Lledó está alarmado.
Alarmado por este país,por el mundo. Acaba de cumplir 80 años, el pasado 5 de noviembre; ha pasado por una gripe atroz. Ahora está bien, pero alarmado. Y con esperanza.
Hablamos en su casa, una envidiable casa con libros. "Podría hacer mi autobiografía con libros". Y los señala. Catedrático, académico, filósofo. Le han llamado "el flautista de Hamelín", porque detrás suyo fueron estudiantes de Valladolid, de La Laguna, de Barcelona allí donde estuviera.
Se entusiasma tanto que parece que aún está en el estrado, arengando para que los chicos crean que "entender da mucha marcha".
Pregunta. Alarmado, pero con esperanza, dice. ¿Esperar qué?
Respuesta. Esperar, vivir. Hace unos días vi en EL PAÍS una noticia que decía que la esperanza de vida para los españoles era de 80 años. Que los 80 años es como un límite maravilloso, que se sobrepasa a veces, de la esperanza de vida. Lo cual quiere decir que uno está ya, para los que acabamos de cumplirlos, en la desesperanza de vida.
P. Terrible, ¿no?
R. Terrible. Desesperar de vida. Sin embargo, creo que la desesperanza de vida llega mucho antes. Hay gente que está desesperanzada de la vida con 20, 30 o 50 años.
P. Y usted, ¿cómo está?
R. Estoy totalmente esperanzado con la vida. No desesperanzado. Es verdad que si miro alrededor y veo lo que pasa en la calle, y leo los periódicos, y escucho la radio, a veces cuesta trabajo tener esperanza. Esperanza ¿de qué? Esperar ¿qué?, ¿para qué? Pero mientras hay vida, dice el viejo refrán, hay esperanza, y yo creo que es al revés. Mientras haya esperanza hay vida.
P. ¿Cuál es su esperanza?
R. Que la neurona fluya, que no se reseque, que no se fanatice. La esperanza es que algo de lo que yo sueñe se cumpla. Y lo que sueño es una idea de la dignidad, de la decencia, cumplir unos ciertos ideales. Que la política no se dedique a privatizarlo todo. Declarar patrimonio de la humanidad la asesinada costa española, que fue hermosísima. Eso tiene que ver con la esperanza y el futuro. Yo no me imagino una esperanza acementada.
P. Usted denuncia. ¿Y sirve para algo denunciar?
R. Me temo que no. Pero no hay que perder la esperanza. Porque si ya ni siquiera denunciamos, se nos acaba el derecho al pataleo. Hay que protestar. Y creo que hay cosas que calan a la larga en la vida de los seres humanos.
P. Otra esperanza suya es seguir sabiendo. ¿Para qué?
R. Para entender. Idea significaba "lo que se ve con los ojos". Las ideas no eran unas cosas flotantes que se habían inventado unos seres extraños que se llaman filósofos. Idea es lo que se ve. Ver con los ojos, pero con los ojos del cuerpo. Entonces, entender, aprender, es una forma de mirar, y eso es la esencia de la vida. En el momento en que no sepamos mirar, aprender, que no tengamos el alma navegable, como decía el poeta, para que nos circule esa experiencia del mundo, no tiene sentido la vida humana.
P. Entender, menuda tarea.
R. Todos los seres humanos tendrían que entender; nos eleva sobre la miseria moral. Ése es uno de los retos de la humanidad, acabar con la miseria. ¿Cómo tener esperanza en este mundo desesperanzante? Con la libertad. Pero la libertad hay que entenderla muy bien. La libertad es la posibilidad, una puerta, un horizonte, un paisaje. Entender, entender todo esto, da mucha marcha. No sé si soy optimista, pero desde luego no soy pesimista. Creo que la característica del fascista es el pesimismo. El desprecio al otro, la ignorancia del otro.
P. ¿El fascista es pesimista?
R. No necesariamente, pero falsifica para justificarse. Esa gente que crea maldad, crueldad, tortura..., ellos mismos son su propia tortura. La maldad empieza y acaba en ti mismo. La agresividad y la violencia son espitas, uno suelta la maldad que tú tienes ahí, pero esa maldad te está matando también a ti.
P. Cuando usted dice esas cosas, ¿tiene un nombre propio en su mente?
R. Pues no. No. Algunas tipologías.
P. ¿Dónde están esas tipologías?
R. En ciertas zonas de poder, de poder mediático. Iba yo en el taxi, y qué cosas escuché. ¿Cómo se ha hecho esa mente? Para decir esas monstruosidades una tras otra, ¿qué puede haber en esa mente?
P. Respóndalo usted.
R. Hay ignorancia, discursos inasimilados. Falsos discursos. Incapacidad para interpretar, para entender. No querer interpretar, no saber leer. La mente se convierte en una cápsula de la nada.
P. ¿Y qué pasa para que esas mentes se dejen agredir?
R. Puede haber un entrenamiento de la maldad, desde la escuela. Por eso es tan importante la educación en la libertad, en la posibilidad. Me sorprende el escándalo que provoca Eduación para la Ciudadanía. Pero, ¿por qué escandalizarse?
P. ¿Vivimos, pues, un momento alarmante en la sociedad española?
R. Sí. Hay cosas que realmente me escandalizan mucho. Una es el no cultivo de la sensibilidad de los jóvenes. El abuso de la tecnología. El otro día venía en tren y había tres o cuatro niños con sus maquinitas. ¡Ninguno miró el paisaje, que era maravilloso! Eso es patología pedagógica total. Naturalmente, cuando yo era niño, niño de la guerra, me pintaba mis propios tebeos. Eran tebeos bélicos, estábamos en guerra; pero no tenían nada que ver con el chorreo de bestialidad al que están sometidos los jóvenes, los niños, ahora.
P. ¿Qué hacer?
R. La revolución de la lectura. Es verdad que hay intereses poderosísimos para que ese mundo tecnológico impere. El mundo tecnológico es importante, pero hay que atemperarlo.
P. ¿Cuándo se le empezaron a encender las alarmas?
R. Desde que mi maestro me enseñó a leer el Quijote. Leíamos ¡y luego teníamos que hacer sugerencias de la lectura! En la universidad nunca nos pidieron eso. ¡Y me fui a Alemania, con mi maletita, y sin entender ni palabra de alemán! España no era en ese momento mi país, un país lleno de banderas, y debajo de las banderas mucha podredumbre. En Heidelberg encontré una universidad viva; cada semestre se hablaba de asuntos interesantes, y se encendían las alarmas: ¿qué estamos haciendo con la educación en España? En Alemania vi llegar a los obreros españoles. Con sed de saber; habían salido del país del NO, un NO metido en el corazón, NO a la cultura, NO al pan..., y allí empezaban a querer saber. Para entonces, ya mis alarmas estaban disparadas.
P. ¿Y cuáles son las alarmas que ahora se le encienden cada día?
R. Las alarmas derivadas de los problemas de la educación, de la cultura, de la lectura, de la creación de ideas, de los valores. Hay que inventar una nueva forma de humanismo para que los seres humanos tengamos esperanza. Para seguir pensando.
P. Usted vivió la mayor parte de su vida bajo un Estado fascista. ¿Se ha desmontado la mentalidad que lo sustentó?
R. Espero que sea poco lo que quede por desmontar. Hay todavía restos grandes, pero arqueológicos, endurecidos, de ese país del que me escapé. Fui un inmigrante, pero tenía una carrera. Me escapé porque no podía vivir aquí. Yo he pasado cosas que la gente joven no conoce ya. He pasado hambre. Tengo una foto, cuando estaba en el campamento de La Granja, en las milicias, en la que parezco el espíritu de la golosina. Había pasado hambre. No es metáfora. La posguerra de Madrid fue feroz. Somos todavía víctimas de esa dictadura, aunque hayamos sobrevivido a ella.
P. Aquí tiene usted unos apuntes, en los que dibuja al fascista: intolerancia, irracionalidad, desprecio al otro...
R. Son factores... Ante lo que sucede, entender es fundamental. Pero para entender hay que ser libre. Hay que no tener prejuicios. Ésta es una palabra muy utilizada, pero maravillosa: pre-juicios. Pienso en estos neoliberales de ahora, en estos que piensan en la libre empresa, el libre comercio... En esos conceptos no hay libertad. Están en los pedestales del poder.
P. Está alarmado. ¿E irritado?
R. Me irrita darle vueltas a lo mismo, siempre. Por ejemplo, se sigue dando vueltas al juicio del 11-M, como si los juicios no acabaran nunca. Entonces, ¿son revisables o paralelizables todos los juicios que ha habido en el mundo? Si te soy sincero, seguir dándole vueltas a esto me repele.
P. Y le enferma.
R. Y me enferma. Casi físicamente. Como las grandes urbanizaciones y como los incendios. Si quiero perder la alegría no tengo más que recorrer la costa española. Entonces pienso: ¿estos señores creerán en la bandera?, ¿en la bandera del patriotismo? ¿Exhiben la bandera y están matando el espacio común de una de las costas más bellas de Europa? La están asesinando. ¿Cómo es posible?
P. La política tendrá algo que hacer.
R. Y esto es lo que me encocora. La política tendría que servir para que eso sea absolutamente imposible. Para impedir que lo público se convirtiera en privadio. Toda política que sea incapaz de entender eso es una política falsa, falsificada y terrible. Porque la política es la organización de la vida en común, en el territorio común. Ése es el verdadero patriotismo. Yo abomino de las banderas que se levantan al tiempo que se hacen esas monstruosidades. Las banderas son un símbolo respetable, qué duda cabe. Pero debajo de las banderas se ocultan muchas maldades, muchas estupideces y egoísmo.
P. Don Emilio, ¿qué le parece a usted esa larga relación de la Iglesia con el Estado, en la que la Iglesia tiene también que ver con las cosas civiles?
R. Para mí, la Iglesia no tiene que ver nada con las cosas civiles. Pero es obvio que se siente con derecho a incidir en ellas. Me lo preguntas en un mal momento. Mira lo que está pasando con la memoria histórica. Por favor. Pero claro que tiene que haber memoria histórica. Un país que no tenga memoria, ¿qué es un país que no tenga memoria? ¿No decimos que el alzheimer es una mala enfermedad individual? ¡Pues el alzheimer colectivo es mortal! ¡Dicen que la memoria histórica abre heridas! No se abren heridas.
P. Irritado está, don Emilio.
R. La irritación es importante. Si estás apaciguado vas mal; un poquito de guerra dentro de ti mismo es saludable. A unos les hace libres, a otros les hace esclavos.
P. Me dijo al llegar aquí que usted podría escribir sus memorias a través de sus libros. Imagínese el libro por el que empezaría.
R. A lo mejor empezaba por las novelas de Salgari que leía de adolescente. Me fui a Alemania, entre otras cosas, por las novelas de Salgari.
P. ¿Y después?
R. Fíjate, antes leía los libros y ahora me leen ellos a mí. Antes yo tenía una furia con ellos: los cogía, los subrayaba. Ahí está Kant, machacado; Platón, Aristóteles, Descartes. Libros destrozados de tanto anotarlos. Ahora me veo como una parte de un mausoleo, como una pequeña estatua que fluye por ahí, y ellos empiezan a leerme a mí. Pero es una complicidad muy saludable, porque cuando descubro que alguno me está leyendo, lo agarro y nos entendemos maravillosamente bien.
P. Usted acaba de cumplir 80.
R. ¡No me lo recuerdes!
P. Y veo que tiene el reloj veinte minutos atrasado.
R. ¿Sí? ¿Estás seguro? Ah, la pobre pila... Yo procuro ponerme las pilas, pero a veces se me olvida ponérselas al reloj. -
http://www.elpais.com/articulo/reportajes/Entender/da/mucha/marcha/elpepusocdmg/20071111elpdmgrep_2/Tes
JUAN CRUZ 11/11/2007
Emilio Lledó está alarmado.
Alarmado por este país,por el mundo. Acaba de cumplir 80 años, el pasado 5 de noviembre; ha pasado por una gripe atroz. Ahora está bien, pero alarmado. Y con esperanza.
Hablamos en su casa, una envidiable casa con libros. "Podría hacer mi autobiografía con libros". Y los señala. Catedrático, académico, filósofo. Le han llamado "el flautista de Hamelín", porque detrás suyo fueron estudiantes de Valladolid, de La Laguna, de Barcelona allí donde estuviera.
Se entusiasma tanto que parece que aún está en el estrado, arengando para que los chicos crean que "entender da mucha marcha".
Pregunta. Alarmado, pero con esperanza, dice. ¿Esperar qué?
Respuesta. Esperar, vivir. Hace unos días vi en EL PAÍS una noticia que decía que la esperanza de vida para los españoles era de 80 años. Que los 80 años es como un límite maravilloso, que se sobrepasa a veces, de la esperanza de vida. Lo cual quiere decir que uno está ya, para los que acabamos de cumplirlos, en la desesperanza de vida.
P. Terrible, ¿no?
R. Terrible. Desesperar de vida. Sin embargo, creo que la desesperanza de vida llega mucho antes. Hay gente que está desesperanzada de la vida con 20, 30 o 50 años.
P. Y usted, ¿cómo está?
R. Estoy totalmente esperanzado con la vida. No desesperanzado. Es verdad que si miro alrededor y veo lo que pasa en la calle, y leo los periódicos, y escucho la radio, a veces cuesta trabajo tener esperanza. Esperanza ¿de qué? Esperar ¿qué?, ¿para qué? Pero mientras hay vida, dice el viejo refrán, hay esperanza, y yo creo que es al revés. Mientras haya esperanza hay vida.
P. ¿Cuál es su esperanza?
R. Que la neurona fluya, que no se reseque, que no se fanatice. La esperanza es que algo de lo que yo sueñe se cumpla. Y lo que sueño es una idea de la dignidad, de la decencia, cumplir unos ciertos ideales. Que la política no se dedique a privatizarlo todo. Declarar patrimonio de la humanidad la asesinada costa española, que fue hermosísima. Eso tiene que ver con la esperanza y el futuro. Yo no me imagino una esperanza acementada.
P. Usted denuncia. ¿Y sirve para algo denunciar?
R. Me temo que no. Pero no hay que perder la esperanza. Porque si ya ni siquiera denunciamos, se nos acaba el derecho al pataleo. Hay que protestar. Y creo que hay cosas que calan a la larga en la vida de los seres humanos.
P. Otra esperanza suya es seguir sabiendo. ¿Para qué?
R. Para entender. Idea significaba "lo que se ve con los ojos". Las ideas no eran unas cosas flotantes que se habían inventado unos seres extraños que se llaman filósofos. Idea es lo que se ve. Ver con los ojos, pero con los ojos del cuerpo. Entonces, entender, aprender, es una forma de mirar, y eso es la esencia de la vida. En el momento en que no sepamos mirar, aprender, que no tengamos el alma navegable, como decía el poeta, para que nos circule esa experiencia del mundo, no tiene sentido la vida humana.
P. Entender, menuda tarea.
R. Todos los seres humanos tendrían que entender; nos eleva sobre la miseria moral. Ése es uno de los retos de la humanidad, acabar con la miseria. ¿Cómo tener esperanza en este mundo desesperanzante? Con la libertad. Pero la libertad hay que entenderla muy bien. La libertad es la posibilidad, una puerta, un horizonte, un paisaje. Entender, entender todo esto, da mucha marcha. No sé si soy optimista, pero desde luego no soy pesimista. Creo que la característica del fascista es el pesimismo. El desprecio al otro, la ignorancia del otro.
P. ¿El fascista es pesimista?
R. No necesariamente, pero falsifica para justificarse. Esa gente que crea maldad, crueldad, tortura..., ellos mismos son su propia tortura. La maldad empieza y acaba en ti mismo. La agresividad y la violencia son espitas, uno suelta la maldad que tú tienes ahí, pero esa maldad te está matando también a ti.
P. Cuando usted dice esas cosas, ¿tiene un nombre propio en su mente?
R. Pues no. No. Algunas tipologías.
P. ¿Dónde están esas tipologías?
R. En ciertas zonas de poder, de poder mediático. Iba yo en el taxi, y qué cosas escuché. ¿Cómo se ha hecho esa mente? Para decir esas monstruosidades una tras otra, ¿qué puede haber en esa mente?
P. Respóndalo usted.
R. Hay ignorancia, discursos inasimilados. Falsos discursos. Incapacidad para interpretar, para entender. No querer interpretar, no saber leer. La mente se convierte en una cápsula de la nada.
P. ¿Y qué pasa para que esas mentes se dejen agredir?
R. Puede haber un entrenamiento de la maldad, desde la escuela. Por eso es tan importante la educación en la libertad, en la posibilidad. Me sorprende el escándalo que provoca Eduación para la Ciudadanía. Pero, ¿por qué escandalizarse?
P. ¿Vivimos, pues, un momento alarmante en la sociedad española?
R. Sí. Hay cosas que realmente me escandalizan mucho. Una es el no cultivo de la sensibilidad de los jóvenes. El abuso de la tecnología. El otro día venía en tren y había tres o cuatro niños con sus maquinitas. ¡Ninguno miró el paisaje, que era maravilloso! Eso es patología pedagógica total. Naturalmente, cuando yo era niño, niño de la guerra, me pintaba mis propios tebeos. Eran tebeos bélicos, estábamos en guerra; pero no tenían nada que ver con el chorreo de bestialidad al que están sometidos los jóvenes, los niños, ahora.
P. ¿Qué hacer?
R. La revolución de la lectura. Es verdad que hay intereses poderosísimos para que ese mundo tecnológico impere. El mundo tecnológico es importante, pero hay que atemperarlo.
P. ¿Cuándo se le empezaron a encender las alarmas?
R. Desde que mi maestro me enseñó a leer el Quijote. Leíamos ¡y luego teníamos que hacer sugerencias de la lectura! En la universidad nunca nos pidieron eso. ¡Y me fui a Alemania, con mi maletita, y sin entender ni palabra de alemán! España no era en ese momento mi país, un país lleno de banderas, y debajo de las banderas mucha podredumbre. En Heidelberg encontré una universidad viva; cada semestre se hablaba de asuntos interesantes, y se encendían las alarmas: ¿qué estamos haciendo con la educación en España? En Alemania vi llegar a los obreros españoles. Con sed de saber; habían salido del país del NO, un NO metido en el corazón, NO a la cultura, NO al pan..., y allí empezaban a querer saber. Para entonces, ya mis alarmas estaban disparadas.
P. ¿Y cuáles son las alarmas que ahora se le encienden cada día?
R. Las alarmas derivadas de los problemas de la educación, de la cultura, de la lectura, de la creación de ideas, de los valores. Hay que inventar una nueva forma de humanismo para que los seres humanos tengamos esperanza. Para seguir pensando.
P. Usted vivió la mayor parte de su vida bajo un Estado fascista. ¿Se ha desmontado la mentalidad que lo sustentó?
R. Espero que sea poco lo que quede por desmontar. Hay todavía restos grandes, pero arqueológicos, endurecidos, de ese país del que me escapé. Fui un inmigrante, pero tenía una carrera. Me escapé porque no podía vivir aquí. Yo he pasado cosas que la gente joven no conoce ya. He pasado hambre. Tengo una foto, cuando estaba en el campamento de La Granja, en las milicias, en la que parezco el espíritu de la golosina. Había pasado hambre. No es metáfora. La posguerra de Madrid fue feroz. Somos todavía víctimas de esa dictadura, aunque hayamos sobrevivido a ella.
P. Aquí tiene usted unos apuntes, en los que dibuja al fascista: intolerancia, irracionalidad, desprecio al otro...
R. Son factores... Ante lo que sucede, entender es fundamental. Pero para entender hay que ser libre. Hay que no tener prejuicios. Ésta es una palabra muy utilizada, pero maravillosa: pre-juicios. Pienso en estos neoliberales de ahora, en estos que piensan en la libre empresa, el libre comercio... En esos conceptos no hay libertad. Están en los pedestales del poder.
P. Está alarmado. ¿E irritado?
R. Me irrita darle vueltas a lo mismo, siempre. Por ejemplo, se sigue dando vueltas al juicio del 11-M, como si los juicios no acabaran nunca. Entonces, ¿son revisables o paralelizables todos los juicios que ha habido en el mundo? Si te soy sincero, seguir dándole vueltas a esto me repele.
P. Y le enferma.
R. Y me enferma. Casi físicamente. Como las grandes urbanizaciones y como los incendios. Si quiero perder la alegría no tengo más que recorrer la costa española. Entonces pienso: ¿estos señores creerán en la bandera?, ¿en la bandera del patriotismo? ¿Exhiben la bandera y están matando el espacio común de una de las costas más bellas de Europa? La están asesinando. ¿Cómo es posible?
P. La política tendrá algo que hacer.
R. Y esto es lo que me encocora. La política tendría que servir para que eso sea absolutamente imposible. Para impedir que lo público se convirtiera en privadio. Toda política que sea incapaz de entender eso es una política falsa, falsificada y terrible. Porque la política es la organización de la vida en común, en el territorio común. Ése es el verdadero patriotismo. Yo abomino de las banderas que se levantan al tiempo que se hacen esas monstruosidades. Las banderas son un símbolo respetable, qué duda cabe. Pero debajo de las banderas se ocultan muchas maldades, muchas estupideces y egoísmo.
P. Don Emilio, ¿qué le parece a usted esa larga relación de la Iglesia con el Estado, en la que la Iglesia tiene también que ver con las cosas civiles?
R. Para mí, la Iglesia no tiene que ver nada con las cosas civiles. Pero es obvio que se siente con derecho a incidir en ellas. Me lo preguntas en un mal momento. Mira lo que está pasando con la memoria histórica. Por favor. Pero claro que tiene que haber memoria histórica. Un país que no tenga memoria, ¿qué es un país que no tenga memoria? ¿No decimos que el alzheimer es una mala enfermedad individual? ¡Pues el alzheimer colectivo es mortal! ¡Dicen que la memoria histórica abre heridas! No se abren heridas.
P. Irritado está, don Emilio.
R. La irritación es importante. Si estás apaciguado vas mal; un poquito de guerra dentro de ti mismo es saludable. A unos les hace libres, a otros les hace esclavos.
P. Me dijo al llegar aquí que usted podría escribir sus memorias a través de sus libros. Imagínese el libro por el que empezaría.
R. A lo mejor empezaba por las novelas de Salgari que leía de adolescente. Me fui a Alemania, entre otras cosas, por las novelas de Salgari.
P. ¿Y después?
R. Fíjate, antes leía los libros y ahora me leen ellos a mí. Antes yo tenía una furia con ellos: los cogía, los subrayaba. Ahí está Kant, machacado; Platón, Aristóteles, Descartes. Libros destrozados de tanto anotarlos. Ahora me veo como una parte de un mausoleo, como una pequeña estatua que fluye por ahí, y ellos empiezan a leerme a mí. Pero es una complicidad muy saludable, porque cuando descubro que alguno me está leyendo, lo agarro y nos entendemos maravillosamente bien.
P. Usted acaba de cumplir 80.
R. ¡No me lo recuerdes!
P. Y veo que tiene el reloj veinte minutos atrasado.
R. ¿Sí? ¿Estás seguro? Ah, la pobre pila... Yo procuro ponerme las pilas, pero a veces se me olvida ponérselas al reloj. -
http://www.elpais.com/articulo/reportajes/Entender/da/mucha/marcha/elpepusocdmg/20071111elpdmgrep_2/Tes
sábado, 13 de febrero de 2010
Para la libertad
Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho; dan espuma mis venas
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.
que arenas en mi pecho; dan espuma mis venas
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas.
Porque donde unas cuencas vacías amanezcan
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.
lunes, 8 de febrero de 2010
sábado, 2 de enero de 2010
Haykus en nuestras salas de clases.
Si segun el creador de los jaikus, estos son, lo que sucede en este lugar y en este momento que mejor que esta definición para invitar a nuestros alumnos a crear sus propios poemas jayku, para esto podemos llevarlos a algun lugar que los ayude a inspirarse como un parque o la misma ciudad y que a partir de esa experiencia escriban jaykus personales y luego que los compartan con el resto del curso.
Lo importante de esta actividad es que los niños al ver una escena o un elemento que los inspire se conecten con sus emociones y sentidos y puedan plasmarlas en palabras no utilizando lenguaje rebuscado, la gracia de esta rama poética es su simplicidad
Para trabajar con haykus en la sala de clases se puede además invitar a los niños a observar una imágen, una foto, un cuadro etc. invitándolos a que los describan, que escriban lo que ven, lo que llama su atención y que de eso extraigan los aspectos principales y los organicen de manera estética en tres versos, con 5, 7 y 5 sílabas cada uno ( esto siempre después que ya manejen las características del hayku) y por supuesto invitarlos a que realicen un dibujo representativo de su creación.
El hayku además de utilizarse en lenguaje y comunicación se puede utilizar como herramienta de integración con otras áreas del currículo, por ejemplo las artes visuales, sería muy interesante que los alumnos al tiempo de crear sus haykus realizaran obras de arte pictóricas que reflejen lo escrito, lo expresado y así lo apliquen a la utiliación de colores, la líneas etc.
Si gustas de este arte poético y quieres conocer más sobre él para darle más información a tus alumnos te invito a visitar la siguientes páginas.
Fuentes:
http://www.elrincondelhaiku.org/
http://personales.alumno.upv.es/~ossanji/
http://haikujapones.iespana.es/
http://denisse-alritmodelapoesia.blogspot.com/2007/04/los-hayku-o-jaiku.html
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